“Resulta alarmante que kilómetros de estanterías de biblioteca y hordas de economistas, ONG y académicos sean incapaces de entender que la escasez convierte lo fundamental de sus teorías y propuestas prácticas en irrelevante e inútil. Y que, por tanto, de ahora en adelante hablar de desarrollo solo puede tener sentido si se hace en términos de objetivos y medios que sean antagónicos a la abundancia y el crecimiento.
(...) El desarrollo convencional no es más que una forma de saqueo. Adapta la capacidad productiva del Tercer Mundo a un funcionamiento que enriquece más a los que ya eran ricos. La genialidad del asunto es que muy poca gente lo ve tal y como es, porque está cubierto de un barniz de legitimidad. Es más, parece ser el resultado inevitable de la acción de las fuerzas del mercado. Y todo el mundo sabe que la mejor manera de gestionar una economía es dejar a las fuerzas del mercado toda la libertad posible. El Desarrollo Adecuado podría acabar con el grueso del sufrimiento de tres o cuatro mil millones de personas en cuestión de meses si a estos se les permitiera destinar los recursos y la capacidad productiva que les rodean a satisfacer sus propias necesidades. Pero tal posibilidad queda expresamente descartada por las agencias y políticas de los países enriquecidos y por el predominio de la ideología del libre mercado.
(...) La relación básica que han mantenido los países pobres y ricos durante los últimos quinientos años ha sido la invasión, la brutalidad salvaje, la dominación y el saqueo. La historia mundial ha consistido en buena medida en la lucha de los países más fuertes por hacerse con el control y dominio de un imperio. (…) Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha realizado intervenciones militares en el Tercer Mundo en más de sesenta ocasiones, asesinando a su paso a más de 16 millones de personas. Todo ello para acabar con posibles amenazas a su hegemonía. A día de hoy, todavía mantiene un imperio del que, en gran medida, los países enriquecidos obtienen el grueso de sus recursos.
Es exasperante que la mayoría de la gente en los países enriquecidos no parezca entender que su estilo de vida opulento sería imposible sin todas esas atrocidades. Si quieres que los supermercados se mantengan bien surtidos, que los teléfonos móviles sigan funcionando a base de tantalio congoleño o tener gasolina para el coche, entonces no te quejes cuando los países enriquecidos lleven a cabo políticas exteriores crueles, cuando engañen a los países del Tercer Mundo o cuando directamente se lancen a una acción militar contra ellos. Si todas esas cosas no sucedieran, sería imposible mantener el imperio en el que vivimos y, por tanto, el acceso a los recursos, los supermercados y nuestro estilo de vida. Porque, recuerda, es totalmente imposible que todo el mundo viva como tú.
(...) Si todo esto te sigue sonando exagerado y un tanto ofensivo, te invito a que te preguntes: ¿está el acceso al petróleo, la madera, el cobre o el pescado del planeta igualmente distribuido entre todos sus habitantes? Y, de no ser así, ¿quién se queda con la mayor parte?: ¿no es mucha casualidad que seamos precisamente nosotros?
De nuevo nos encontramos frente a un problema ideológico: el de un rechazo deliberado y obstinado a reconocer la realidad. Las autoridades y los ciudadanos de los países enriquecidos se limitan a ignorar el hecho de que sus niveles de riqueza, comodidad y seguridad serían imposibles si no formaran parte de un imperio que básicamente se dedica al saqueo. El proceso es, en gran medida, una consecuencia automática del hecho de que solo se permita que la economía global funcione en base a los principios del mercado; pero, desde luego, necesita niveles elevados de brutalidad para mantener cada cosa en su lugar.
(...) (Asuman) la grotesca falta de responsabilidad social que permite a la gente cerrar los ojos y no preocuparse por este tipo de cosas.
(...) Casi ninguna de las agencias que afirman trabajar por el Tercer Mundo está dispuesta a exponer lo que tiene de mito el desarrollo convencional. La mayor parte de ellas piensan y actúan enteramente bajo teorías y prácticas del desarrollo totalmente convencionales. Están llevando a cabo acciones que buscan aumentar las transferencias monetarias al Tercer Mundo o ayudar a los países pobres a salir adelante en un sistema de mercado atrozmente competitivo y rapaz. También se encargan de ayudar a prosperar a individuos aislados en el marco de los sistemas existentes (…). Es cierto que las campañas que abogan por la quita de la deuda o fomentan el comercio justo pueden ser buenas herramientas para mejorar la vida de mucha gente pobre hasta cierto punto y a corto plazo; sin embargo, en el fondo, no hacen más que permitir que unos pocos compitan de forma más efectiva en el contexto de un sistema que es inherentemente injusto y que ni sostiene ni puede sostener a todos.
El grueso de los organismos de ayuda humanitaria trabaja únicamente para ayudar al Tercer Mundo a sobrevivir en el seno de la economía global y, por tanto, trabajan en nombre del sistema y de aquellos que más se benefician de él. Se den o no cuenta de ello, trabajan para que la gente pobre dé por hecha, y acepte, la legitimidad de un mercado mundial competitivo, el mecanismo del goteo, la desigualdad y la injusticia que este produce o el estilo de vida consumista como única meta posible para toda la población. Por encima de todo, se están encargando de reforzar la idea de que no hay, ni puede haber, una alternativa concebible a la teoría y la práctica del desarrollo capitalista.
Miles de millones de personas están atrapadas y esclavizadas, sufren condiciones de pobreza extrema, explotación y opresión. Y lo triste es que para ello las clases dominantes no necesitan pistolas o prisiones, les basta con la creencia en que desarrollo es equivalente a desarrollo capitalista convencional. La única y más poderosa medida que se puede tomar para materializar la emancipación del Tercer Mundo es ayudar a sus gentes a que comprendan y rechacen la ideología que afirma que solo la teoría del desarrollo capitalista convencional puede funcionar, ayudarlas a darse cuenta de que hay otras formas de hacer las cosas. La tarea más importante para cualquiera que afirme preocuparse por el destino del Tercer Mundo no es conseguir más ayuda humanitaria, enseñarles permacultura o impulsar el comercio. Más bien se trata de ayudar a su gente a comprender la quiebra del desarrollo convencional y el hecho de que existe una alternativa. La Vía de la Simplicidad define el Desarrollo Adecuado tanto para los países pobres como para los ricos.
Como dijo Gandhi hace ya mucho tiempo:
«Los ricos deben vivir sencillamente para que los pobres puedan sencillamente vivir».”
(...) El desarrollo convencional no es más que una forma de saqueo. Adapta la capacidad productiva del Tercer Mundo a un funcionamiento que enriquece más a los que ya eran ricos. La genialidad del asunto es que muy poca gente lo ve tal y como es, porque está cubierto de un barniz de legitimidad. Es más, parece ser el resultado inevitable de la acción de las fuerzas del mercado. Y todo el mundo sabe que la mejor manera de gestionar una economía es dejar a las fuerzas del mercado toda la libertad posible. El Desarrollo Adecuado podría acabar con el grueso del sufrimiento de tres o cuatro mil millones de personas en cuestión de meses si a estos se les permitiera destinar los recursos y la capacidad productiva que les rodean a satisfacer sus propias necesidades. Pero tal posibilidad queda expresamente descartada por las agencias y políticas de los países enriquecidos y por el predominio de la ideología del libre mercado.
(...) La relación básica que han mantenido los países pobres y ricos durante los últimos quinientos años ha sido la invasión, la brutalidad salvaje, la dominación y el saqueo. La historia mundial ha consistido en buena medida en la lucha de los países más fuertes por hacerse con el control y dominio de un imperio. (…) Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha realizado intervenciones militares en el Tercer Mundo en más de sesenta ocasiones, asesinando a su paso a más de 16 millones de personas. Todo ello para acabar con posibles amenazas a su hegemonía. A día de hoy, todavía mantiene un imperio del que, en gran medida, los países enriquecidos obtienen el grueso de sus recursos.
Es exasperante que la mayoría de la gente en los países enriquecidos no parezca entender que su estilo de vida opulento sería imposible sin todas esas atrocidades. Si quieres que los supermercados se mantengan bien surtidos, que los teléfonos móviles sigan funcionando a base de tantalio congoleño o tener gasolina para el coche, entonces no te quejes cuando los países enriquecidos lleven a cabo políticas exteriores crueles, cuando engañen a los países del Tercer Mundo o cuando directamente se lancen a una acción militar contra ellos. Si todas esas cosas no sucedieran, sería imposible mantener el imperio en el que vivimos y, por tanto, el acceso a los recursos, los supermercados y nuestro estilo de vida. Porque, recuerda, es totalmente imposible que todo el mundo viva como tú.
(...) Si todo esto te sigue sonando exagerado y un tanto ofensivo, te invito a que te preguntes: ¿está el acceso al petróleo, la madera, el cobre o el pescado del planeta igualmente distribuido entre todos sus habitantes? Y, de no ser así, ¿quién se queda con la mayor parte?: ¿no es mucha casualidad que seamos precisamente nosotros?
De nuevo nos encontramos frente a un problema ideológico: el de un rechazo deliberado y obstinado a reconocer la realidad. Las autoridades y los ciudadanos de los países enriquecidos se limitan a ignorar el hecho de que sus niveles de riqueza, comodidad y seguridad serían imposibles si no formaran parte de un imperio que básicamente se dedica al saqueo. El proceso es, en gran medida, una consecuencia automática del hecho de que solo se permita que la economía global funcione en base a los principios del mercado; pero, desde luego, necesita niveles elevados de brutalidad para mantener cada cosa en su lugar.
(...) (Asuman) la grotesca falta de responsabilidad social que permite a la gente cerrar los ojos y no preocuparse por este tipo de cosas.
(...) Casi ninguna de las agencias que afirman trabajar por el Tercer Mundo está dispuesta a exponer lo que tiene de mito el desarrollo convencional. La mayor parte de ellas piensan y actúan enteramente bajo teorías y prácticas del desarrollo totalmente convencionales. Están llevando a cabo acciones que buscan aumentar las transferencias monetarias al Tercer Mundo o ayudar a los países pobres a salir adelante en un sistema de mercado atrozmente competitivo y rapaz. También se encargan de ayudar a prosperar a individuos aislados en el marco de los sistemas existentes (…). Es cierto que las campañas que abogan por la quita de la deuda o fomentan el comercio justo pueden ser buenas herramientas para mejorar la vida de mucha gente pobre hasta cierto punto y a corto plazo; sin embargo, en el fondo, no hacen más que permitir que unos pocos compitan de forma más efectiva en el contexto de un sistema que es inherentemente injusto y que ni sostiene ni puede sostener a todos.
El grueso de los organismos de ayuda humanitaria trabaja únicamente para ayudar al Tercer Mundo a sobrevivir en el seno de la economía global y, por tanto, trabajan en nombre del sistema y de aquellos que más se benefician de él. Se den o no cuenta de ello, trabajan para que la gente pobre dé por hecha, y acepte, la legitimidad de un mercado mundial competitivo, el mecanismo del goteo, la desigualdad y la injusticia que este produce o el estilo de vida consumista como única meta posible para toda la población. Por encima de todo, se están encargando de reforzar la idea de que no hay, ni puede haber, una alternativa concebible a la teoría y la práctica del desarrollo capitalista.
Miles de millones de personas están atrapadas y esclavizadas, sufren condiciones de pobreza extrema, explotación y opresión. Y lo triste es que para ello las clases dominantes no necesitan pistolas o prisiones, les basta con la creencia en que desarrollo es equivalente a desarrollo capitalista convencional. La única y más poderosa medida que se puede tomar para materializar la emancipación del Tercer Mundo es ayudar a sus gentes a que comprendan y rechacen la ideología que afirma que solo la teoría del desarrollo capitalista convencional puede funcionar, ayudarlas a darse cuenta de que hay otras formas de hacer las cosas. La tarea más importante para cualquiera que afirme preocuparse por el destino del Tercer Mundo no es conseguir más ayuda humanitaria, enseñarles permacultura o impulsar el comercio. Más bien se trata de ayudar a su gente a comprender la quiebra del desarrollo convencional y el hecho de que existe una alternativa. La Vía de la Simplicidad define el Desarrollo Adecuado tanto para los países pobres como para los ricos.
Como dijo Gandhi hace ya mucho tiempo:
«Los ricos deben vivir sencillamente para que los pobres puedan sencillamente vivir».”
Ted Trainer, The Simpler Way (La Vía de la Simplicidad)
Ted Trainer
Fuente: decrecimiento.info
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