ídolos eternos
Creo que lo he dicho un millón de veces, pero da igual, lo diré un millón de veces más: AMO A LEONARD COHEN. Así, con mayúsculas, negrita y subrayado. Y no me causa ningún pudor reconocer que hoy, frente a la tele (la he prendido con el único propósito de verle y escucharle), me he emocionado, he sonreído y he llorado escuchándole. Supongo que con él siempre estoy predispuesta. Aún así, que se trata de un hombre maravilloso se me antoja un hecho objetivo.
El poeta y cantante canadiense ha recogido el premio Príncipe de Asturias de las Letras y, en un discurso improvisado y emotivo, ha contado una historia hermosísima, una historia real que es la semilla y la explicación de su vida artística... y humana.
Ya conocíamos su pasión por Lorca desde que, siendo muy joven, entró en una librería de su Montreal natal, escogió al azar una antología poética y se enamoró para siempre del poeta de Granada, absolutamente mágico y eternamente inspirador para él. (Ya somos dos).
Pero desconocíamos la historia de su otro numen: un joven español a quien conoció en un parque también de Montreal, que le enseñó a tocar la guitarra y que se suicidó inesperada e inexplicablemente para Cohen. Agradecido, de ese joven, de Lorca y de España ha dicho que han inspirado todo lo bueno de su obra desde el principio. Esa que nos ha regalado a todos. Nada más y nada menos.
Se ha desprendido un momento de su inseparable sombrero, como si desnudara su alma, mostrándola y entregándola a todos, y unos segundos después su voz profunda y aterciopelada, más que sonar y narrar, ha acariciado y besado delicadamente la historia: el chocolate y los cacahuetes del minibar del hotel, su ligera guitarra española de la calle Gravina, sus obsesiones artísticas y humanas, Lorca, el parque en Montreal, el joven español que tocaba la guitarra y que fue su maestro y el origen de todo... Pero mejor escuchadle...
El discurso completo traducido:
Es un gran honor estar aquí ante ustedes esta noche, aunque quizá, como el gran maestro Riccardo Muti, no estoy acostumbrado a estar ante un público sin una orquesta detrás. Haré lo que pueda como solista. Anoche no logré dormir, pasé la noche en vela pensando en qué podía decir hoy aquí. Y después de comerme todas las chocolatinas y cacahuetes del minibar garabateé unas pocas palabras, pero dudo que haga falta referirse a ellas. Obviamente, estoy muy emocionado por el reconocimiento de la fundación. Pero he venido esta noche a expresar otro tipo de gratitud que espero poder contar en tres o cuatro minutos.
Cuando estaba haciendo el equipaje en Los Ángeles estaba inquieto porque siempre he sentido cierta ambigüedad sobre los premios por la poesía. La poesía viene de un lugar que nadie controla, que nadie conquista. Así que me siento un poco como un charlatán por aceptar un premio por una actividad que yo no controlo. Es decir, si supiera de dónde vienen las canciones las haría con más frecuencia.
Haciendo el equipaje para venir, sentí la necesidad de coger mi guitarra. Tengo una guitarra Conde, fabricada en España en la gran tienda de artesanía del número 7 de la calle Gravina [Sevilla]. Un hermoso instrumento que adquirí hace más de 40 años. La saqué de la caja, la sostuve y parecía hecha de helio, muy ligera. Me acerqué ese hermoso diseño a la cara y olí la fragancia de la madera viva. Inhalé la fragancia de la madera viva. Sepan que la madera nunca muere. Inhalé la fragancia del cedro, tan fresco como el primer día en que adquirí la guitarra. Y una voz parecía decirme: "Eres un hombre viejo y no has dado las gracias, no has devuelto tu gratitud a quien la merece: el suelo del que esta fragancia proviene". Por eso he venido esta noche aquí para agradecer a la tierra y el alma de este pueblo que me ha dado tanto. Porque igual que un hombre no es un DNI, una calificación de deuda tampoco es un país.
Hoy ustedes saben de mi fuerte asociación y confraternización con el poeta Federico García Lorca. Puedo decir que cuando era joven e inexperto y anhelaba una voz, estudiaba a los poetas ingleses. Llegué a conocer bien su trabajo y copié sus estilos. Pero no logré encontrar la voz. Fue únicamente cuando leí, incluso traducidas, las obras de Lorca, que comprendí que había una voz. No es que copiara su voz, no me atrevería, es que me dio permiso para descubrir mi propia voz, para ubicar mi yo, un yo que aún no está terminado, un yo que lucha por su propia existencia.
Y al hacerme mayor supe que las instrucciones venían con esa voz. ¿Y qué instrucciones eran esas? Pues eran nunca lamentarse por la pérdida. Y si queremos expresar la gran e inevitable derrota que nos ataca a todos tiene que ser en los confines estrictos de la dignidad y de la belleza. Así que ya tenía una voz, pero no tenía el instrumento, no tenía la canción para expresarla. Y ahora voy a contarles brevemente la historia de cómo conseguí mi canción.
Yo era un guitarrista indiferente. Aporreaba los acordes y solo me sabía unos cuantos. Me sentaba con mis amigos, bebía y cantaba las canciones de la época, pero nunca me vi como un músico o un cantante. Un día, a principios de los años sesenta, estaba de visita en casa de mi madre, en Montreal. Su casa estaba cerca de un parque con una pista de tenis donde íbamos a ver jugar a los jóvenes tenistas y a disfrutar del deporte. Me di una vuelta por este parque, que conocía de mi infancia, y allí había un hombre joven tocando una guitarra flamenca. Estaba rodeado por dos o tres chicos y chicas, escuchándole. Me encantó la manera en que tocaba. Había algo en esa manera de tocar que me cautivó. Esa era la manera en que yo quería tocar y que sabía que nunca sería capaz de llegar a tocar.
Y me senté allí con los otros oyentes durante unos momentos. Después hubo un silencio, un silencio que me pareció apropiado para preguntarle si podía darme lecciones de guitarra. Él era un joven español y solo pudimos comunicarnos mediante mi mal francés y su mal francés. Él no hablaba inglés. Pero estuvo de acuerdo en darme lecciones de guitarra. Le señalé la casa de mi madre, que podía verse desde la pista de tenis, y quedamos, acordando el precio. Al día siguiente vino a casa de mi madre y me dijo: "Déjame escucharte tocar algo". Lo hice y me replicó: "No tienes ni idea, verdad?". Le contesté: "Pues no, ni idea". Cogió la gitarra y dijo: "Antes que nada, déjame afinarla, está completamente desafinada". Mientras la afinaba me comentaba: "No es una mala guitarra". No era una Conde pero no era una mala guitarra. Luego me la devolvió y dijo: "Toca ahora". No pude tocar mucho mejor. La cogió otra vez y me dijo: "Te voy a enseñar unos acordes". Volvió a tomar la guitarra y produjo un sonido de esa guitarra que nunca había oído. Tocó una secuencia rápida de acordes y luego me explicó dónde tenía que poner los dedos y me dijo otra vez: "Ahora toca". Fue un desastre. Me dijo: "Mañana vuelvo".
Al día siguiente, empezamos de nuevo con esos seis acordes y su progresión. Muchas canciones flamencas se basan en ellos. Mejoré un poco ese día. Al tercer día la cosa mejoró aún más. Aunque no coordinaba bien los dedos, aprendí los seis acordes. Iba bastante bien. Al día siguiente no vino. Dejó de venir. Como yo tenía el número de teléfono de la pensión en Montreal donde se alojaba, llamé para preguntarle por qué no había venido. Allí me contaron que se había quitado la vida, que se había suicidado. Yo no sabía nada sobre este hombre. No sabía de qué parte de España era, por qué había venido a Montreal, por qué se había quedado allí, por qué había aparecido en esa pista de tenis... No sabía por qué se había quitado la vida. Por supuesto, sentí una enorme tristeza.
Nunca antes había contado esto en público. Pero esos seis acordes, esa pauta de sonido, han sido la base de todas mis canciones y de toda mi música. Por eso quizá ahora puedan comenzar a entender la dimensión del agradecimiento que siento hacia este país. Todo lo que han encontrado favorable en mi obra viene de este lugar. Todo lo que han encontrado favorable en mis canciones y mi poesía está inspirado por esta tierra. Así que les doy las gracias por la cálida hospitalidad con la que han recibido mi trabajo, porque es realmente de ustedes y simplemente me han permitido poner mi firma al final de la última página. Muchas gracias, damas y caballeros.
Cuando estaba haciendo el equipaje en Los Ángeles estaba inquieto porque siempre he sentido cierta ambigüedad sobre los premios por la poesía. La poesía viene de un lugar que nadie controla, que nadie conquista. Así que me siento un poco como un charlatán por aceptar un premio por una actividad que yo no controlo. Es decir, si supiera de dónde vienen las canciones las haría con más frecuencia.
Haciendo el equipaje para venir, sentí la necesidad de coger mi guitarra. Tengo una guitarra Conde, fabricada en España en la gran tienda de artesanía del número 7 de la calle Gravina [Sevilla]. Un hermoso instrumento que adquirí hace más de 40 años. La saqué de la caja, la sostuve y parecía hecha de helio, muy ligera. Me acerqué ese hermoso diseño a la cara y olí la fragancia de la madera viva. Inhalé la fragancia de la madera viva. Sepan que la madera nunca muere. Inhalé la fragancia del cedro, tan fresco como el primer día en que adquirí la guitarra. Y una voz parecía decirme: "Eres un hombre viejo y no has dado las gracias, no has devuelto tu gratitud a quien la merece: el suelo del que esta fragancia proviene". Por eso he venido esta noche aquí para agradecer a la tierra y el alma de este pueblo que me ha dado tanto. Porque igual que un hombre no es un DNI, una calificación de deuda tampoco es un país.
Hoy ustedes saben de mi fuerte asociación y confraternización con el poeta Federico García Lorca. Puedo decir que cuando era joven e inexperto y anhelaba una voz, estudiaba a los poetas ingleses. Llegué a conocer bien su trabajo y copié sus estilos. Pero no logré encontrar la voz. Fue únicamente cuando leí, incluso traducidas, las obras de Lorca, que comprendí que había una voz. No es que copiara su voz, no me atrevería, es que me dio permiso para descubrir mi propia voz, para ubicar mi yo, un yo que aún no está terminado, un yo que lucha por su propia existencia.
Y al hacerme mayor supe que las instrucciones venían con esa voz. ¿Y qué instrucciones eran esas? Pues eran nunca lamentarse por la pérdida. Y si queremos expresar la gran e inevitable derrota que nos ataca a todos tiene que ser en los confines estrictos de la dignidad y de la belleza. Así que ya tenía una voz, pero no tenía el instrumento, no tenía la canción para expresarla. Y ahora voy a contarles brevemente la historia de cómo conseguí mi canción.
Yo era un guitarrista indiferente. Aporreaba los acordes y solo me sabía unos cuantos. Me sentaba con mis amigos, bebía y cantaba las canciones de la época, pero nunca me vi como un músico o un cantante. Un día, a principios de los años sesenta, estaba de visita en casa de mi madre, en Montreal. Su casa estaba cerca de un parque con una pista de tenis donde íbamos a ver jugar a los jóvenes tenistas y a disfrutar del deporte. Me di una vuelta por este parque, que conocía de mi infancia, y allí había un hombre joven tocando una guitarra flamenca. Estaba rodeado por dos o tres chicos y chicas, escuchándole. Me encantó la manera en que tocaba. Había algo en esa manera de tocar que me cautivó. Esa era la manera en que yo quería tocar y que sabía que nunca sería capaz de llegar a tocar.
Y me senté allí con los otros oyentes durante unos momentos. Después hubo un silencio, un silencio que me pareció apropiado para preguntarle si podía darme lecciones de guitarra. Él era un joven español y solo pudimos comunicarnos mediante mi mal francés y su mal francés. Él no hablaba inglés. Pero estuvo de acuerdo en darme lecciones de guitarra. Le señalé la casa de mi madre, que podía verse desde la pista de tenis, y quedamos, acordando el precio. Al día siguiente vino a casa de mi madre y me dijo: "Déjame escucharte tocar algo". Lo hice y me replicó: "No tienes ni idea, verdad?". Le contesté: "Pues no, ni idea". Cogió la gitarra y dijo: "Antes que nada, déjame afinarla, está completamente desafinada". Mientras la afinaba me comentaba: "No es una mala guitarra". No era una Conde pero no era una mala guitarra. Luego me la devolvió y dijo: "Toca ahora". No pude tocar mucho mejor. La cogió otra vez y me dijo: "Te voy a enseñar unos acordes". Volvió a tomar la guitarra y produjo un sonido de esa guitarra que nunca había oído. Tocó una secuencia rápida de acordes y luego me explicó dónde tenía que poner los dedos y me dijo otra vez: "Ahora toca". Fue un desastre. Me dijo: "Mañana vuelvo".
Al día siguiente, empezamos de nuevo con esos seis acordes y su progresión. Muchas canciones flamencas se basan en ellos. Mejoré un poco ese día. Al tercer día la cosa mejoró aún más. Aunque no coordinaba bien los dedos, aprendí los seis acordes. Iba bastante bien. Al día siguiente no vino. Dejó de venir. Como yo tenía el número de teléfono de la pensión en Montreal donde se alojaba, llamé para preguntarle por qué no había venido. Allí me contaron que se había quitado la vida, que se había suicidado. Yo no sabía nada sobre este hombre. No sabía de qué parte de España era, por qué había venido a Montreal, por qué se había quedado allí, por qué había aparecido en esa pista de tenis... No sabía por qué se había quitado la vida. Por supuesto, sentí una enorme tristeza.
Nunca antes había contado esto en público. Pero esos seis acordes, esa pauta de sonido, han sido la base de todas mis canciones y de toda mi música. Por eso quizá ahora puedan comenzar a entender la dimensión del agradecimiento que siento hacia este país. Todo lo que han encontrado favorable en mi obra viene de este lugar. Todo lo que han encontrado favorable en mis canciones y mi poesía está inspirado por esta tierra. Así que les doy las gracias por la cálida hospitalidad con la que han recibido mi trabajo, porque es realmente de ustedes y simplemente me han permitido poner mi firma al final de la última página. Muchas gracias, damas y caballeros.
(Traducción propia a partir de ElPais.com, "Todo empezó en esta tierra")
Leonard Cohen emocionado durante su homenaje en el
Teatro Jovellanos de Gijón, 19 de octubre de 2011.
"Si queremos expresar la gran e inevitable derrota que nos ataca a todos tiene que ser en los confines estrictos de la dignidad y de la belleza."
(Leonar Cohen)
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1 comentario:
Tienes razón, Susana, fue un discurso maravilloso, hermoso, emotivo, y además improvisado. Este hombre es así, canta y habla con el corazón y el alma en la mano, sin papeles ni preconceptos. Y con qué apasionamiento y admiración hablas de él. La cita que has extraído como cierre es sublime: ante la derrota, en lugar de la queja y la autocompasión, la dignidad y la belleza. Grande Cohen y grande tú por contarlo como lo cuentas y por tener tan buen gusto. Un abrazo.
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