solo la verdad nos hace libres
Un hombre me ha contado que cada año, un día en concreto, lleva a cabo un ritual con el propósito de agradecer a Dios y a la Virgen (de su pueblo) la curación milagrosa de su mujer, que padecía una enfermedad aparentemente incurable. Cada 9 de marzo camina descalzo desde su casa hasta la iglesia del pueblo con dos ramos de flores en las manos, uno para la Virgen (del lugar) y otro para Dios. Y no es moco de pavo el "paseíllo": 23 kilómetros. El año pasado sus pies terminaron destrozados. Este año su salud no es la mejor, aún así pretende volver a hacerlo, cumplir la promesa.
Yo racional, escéptica, descreída, desprovista de cualquier atisbo de superstición, le he contrargumentado atribuyendo la "curación milagrosa" de su mujer a la medicina, a la ciencia, a un diagnóstico inicial equivocado. Para él, sin embargo, la intervención divina es más plausible, más lógica, la única.
Este hombre es bastante culto y no era creyente antes de la enfermedad de su esposa. Me ha contado que cuando todo parecía perdido, tras gastarse una fortuna y endeudarse para salvarla, sin resultados satisfactorios, simplemente se aferró al último recurso: rezó y le hizo una promesa a Dios. Y Dios obró el milagro. Esa conversión, ese proceso y la conclusión de este hombre dotan de mayor poder a la historia, captan más mi atención y ocupan ahora mi pensamiento y reflexiones.
El ser humano se guía por el determinismo causal. Casi todas las personas creen que todos los acontecimientos, los naturales (físicos) y los provocados por actos humanos, incluido el pensamiento, tienen una causa que los explica. Nada es aleatorio. Y necesitamos hallar esa causa. De lo contrario nos sentimos confusos y perdidos y nos invaden la angustia y los miedos.
El universo no puede ser caótico. Necesitamos ordenarlo, explicarlo. Por eso estamos predestinados a necesitar respuestas y a buscarlas, más o menos incansablemente. El problema es que cuando no encontramos una respuesta lógica acordamos una respuesta estúpida, ridícula, o como mínimo especulativa, rebuscada, increíble, irracional. Cuando se nos acaba lo racional recurrimos a lo ritual, a Dios.
O sea, que el libre albedrío no existe, porque o estamos determinados por Dios, o estamos determinados por los genes, o estamos determinados por la educación, o por una mezcla de varias. Renunciamos al libre albedrío.
Yo no compro eso. Yo creo que cuando no encontramos la respuesta es porque andamos por caminos erróneos y/o porque hay que buscarla más y mejor, poner más de nosotros mismos, molestarnos, pensar, no conformarnos con lo más fácil, vago, ilusorio... solo porque creemos que nos hará felices. Es una felicidad espuria. La felicidad no existe, porque no es eterna ni universal. Prefiero la verdad.
La mayor estupidez del ser humano es creer que Dios es la causa de las acciones humanas, de su destino. Es una cobardía, una irresponsabilidad absoluta. Canjeamos la verdad y la libertad por una ilusión, por un ente invisible que nos hemos inventado porque tenemos miedo de las respuestas. Tememos que no aplaquen nuestros miedos. De manera que en lugar de enfrentarlos, los endulzamos, los acomodamos sobre una nube de colores, los depositamos en manos de hombrecillos invisibles. Es absolutamente pueril. Es autoconvertirse en marioneta, en nada. Es desentenderse de uno mismo. Es elegir el camino equivocado, renunciar a la verdad.
Francamente, creo que los creyentes y quienes explican las cosas atribuyendo la explicación a causas divinas e irracionales no viven realmente, flotan, deambulan, no quieren la verdad, son esclavos de la superstición y la mentira. Su aparente felicidad es eso, aparente, falsa.
Me reafirmo. Prefiero la búsqueda de la verdad y molestarme en tratar de encontrarla, aunque nunca la encuentre. Amanecer y anochecer con mi libre albedrío.
.Un hombre me ha contado que cada año, un día en concreto, lleva a cabo un ritual con el propósito de agradecer a Dios y a la Virgen (de su pueblo) la curación milagrosa de su mujer, que padecía una enfermedad aparentemente incurable. Cada 9 de marzo camina descalzo desde su casa hasta la iglesia del pueblo con dos ramos de flores en las manos, uno para la Virgen (del lugar) y otro para Dios. Y no es moco de pavo el "paseíllo": 23 kilómetros. El año pasado sus pies terminaron destrozados. Este año su salud no es la mejor, aún así pretende volver a hacerlo, cumplir la promesa.
Yo racional, escéptica, descreída, desprovista de cualquier atisbo de superstición, le he contrargumentado atribuyendo la "curación milagrosa" de su mujer a la medicina, a la ciencia, a un diagnóstico inicial equivocado. Para él, sin embargo, la intervención divina es más plausible, más lógica, la única.
Este hombre es bastante culto y no era creyente antes de la enfermedad de su esposa. Me ha contado que cuando todo parecía perdido, tras gastarse una fortuna y endeudarse para salvarla, sin resultados satisfactorios, simplemente se aferró al último recurso: rezó y le hizo una promesa a Dios. Y Dios obró el milagro. Esa conversión, ese proceso y la conclusión de este hombre dotan de mayor poder a la historia, captan más mi atención y ocupan ahora mi pensamiento y reflexiones.
El ser humano se guía por el determinismo causal. Casi todas las personas creen que todos los acontecimientos, los naturales (físicos) y los provocados por actos humanos, incluido el pensamiento, tienen una causa que los explica. Nada es aleatorio. Y necesitamos hallar esa causa. De lo contrario nos sentimos confusos y perdidos y nos invaden la angustia y los miedos.
El universo no puede ser caótico. Necesitamos ordenarlo, explicarlo. Por eso estamos predestinados a necesitar respuestas y a buscarlas, más o menos incansablemente. El problema es que cuando no encontramos una respuesta lógica acordamos una respuesta estúpida, ridícula, o como mínimo especulativa, rebuscada, increíble, irracional. Cuando se nos acaba lo racional recurrimos a lo ritual, a Dios.
O sea, que el libre albedrío no existe, porque o estamos determinados por Dios, o estamos determinados por los genes, o estamos determinados por la educación, o por una mezcla de varias. Renunciamos al libre albedrío.
Yo no compro eso. Yo creo que cuando no encontramos la respuesta es porque andamos por caminos erróneos y/o porque hay que buscarla más y mejor, poner más de nosotros mismos, molestarnos, pensar, no conformarnos con lo más fácil, vago, ilusorio... solo porque creemos que nos hará felices. Es una felicidad espuria. La felicidad no existe, porque no es eterna ni universal. Prefiero la verdad.
La mayor estupidez del ser humano es creer que Dios es la causa de las acciones humanas, de su destino. Es una cobardía, una irresponsabilidad absoluta. Canjeamos la verdad y la libertad por una ilusión, por un ente invisible que nos hemos inventado porque tenemos miedo de las respuestas. Tememos que no aplaquen nuestros miedos. De manera que en lugar de enfrentarlos, los endulzamos, los acomodamos sobre una nube de colores, los depositamos en manos de hombrecillos invisibles. Es absolutamente pueril. Es autoconvertirse en marioneta, en nada. Es desentenderse de uno mismo. Es elegir el camino equivocado, renunciar a la verdad.
Francamente, creo que los creyentes y quienes explican las cosas atribuyendo la explicación a causas divinas e irracionales no viven realmente, flotan, deambulan, no quieren la verdad, son esclavos de la superstición y la mentira. Su aparente felicidad es eso, aparente, falsa.
Me reafirmo. Prefiero la búsqueda de la verdad y molestarme en tratar de encontrarla, aunque nunca la encuentre. Amanecer y anochecer con mi libre albedrío.
Árbol del Conocimiento, de Lucas Cranach el Viejo (1472-1553)
Fuente: Wikipedia - "Conocimiento"
Fuente: Wikipedia - "Conocimiento"
"El hombre no es otra cosa que lo que él se hace"
(Jean-Paul Sartre)
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