lunes, 22 de abril de 2019

MANIFIESTO LIBERTARIO DE LA ENSEÑANZA


Hoy he vuelto a leer este pequeño pero inmenso manifiesto del filósofo y docente de historia Carlos Díaz. Una declaración de principios y propuestas para una educación de verdad, universalizable, con sentido de la justicia social, que concibe al educador como servidor de la colectividad, no del sistema (capitalista), que defiende lo significativo y vital para el ser humano y el planeta, el pensamiento crítico, la acción político-social y la independencia del individuo y del colectivo con respecto a todo sistema o persona. Así lo concibo también y lo comparto: la educación, la política, la cooperación,... la vida.

Es la primera edición. Curiosamente, del mismo año que la Constitución española neofranquista, 1978. Sorprendentemente, hoy es más fácil encontrarlo que hace unos pocos años (¿será que el anarquismo vuelve a estar de moda justo cuando el capitalismo más ahoga? Creo que no me agrada esa idea, comercializar el anarquismo, en lugar de vivirlo y practicarlo. Todo sea por difundir lo que es justo. ¡Gracias Taibo!). Como sea, es más fácil y deseable que él te encuentre a ti o que te ayude a encontrarte, digo, el manifiesto... y el propio anarquismo.

Este ejemplar en concreto me lo regaló hace ya tiempo una persona a la que quiero mucho, aunque me resulte tan difícil demostrárselo. Es de segunda mano (el libro, no quien me lo regaló :D ), de la librería Jarama de La Laguna, Tenerife. Todo él está subrayado a lápiz y, cuando lo abres, detrás de la portada y en la guarda, en díptico, encuentras una escena dibujada a bolígrafo azul, presumo, por un niño (¿el hijo o la hija del anterior "dueño" del libro?). Describo la escena:

Una casa pequeña con un tejado enorme que termina en punta, perfilando la boca y el ojo de un... ¿tiburón? Hasta su puerta llega un camino sinuoso, abstracto, quasi-laberíntico. Al principio o final del camino (según se mire) vemos una figura humana elemental, construida con círculos en manos y cabeza, un trapecio como cuerpo y sendas rayas queriendo ser piernas. En su rostro plano, tres puntos hacen la vez de ojos y nariz. Una gran sonrisa les acompaña y nos mira. La figura humana (¿un niño?) parece tumbada en una ¿toalla? elíptica. ¿Una playa? Es posible, quizás el agua del mar que le cubre casi por completo es toda la tinta de bolígrafo empleada en tachar con profusión y ansia (a punto de romper el papel amarillento color arena de playa) la toalla y a la figura que nos mira. Ya solo nos deja ver con nitidez los ojos, la nariz y una mano/puño alzado que saluda igual que lo haría un anarquista: "Aquí estoy, sobreviviendo, peleando, sonriendo", parece decirnos.

¿El padre/madre o maestro le permitió a su hijo/a o alumno dibujar en el libro? ¿El niño hurtó el libro que veía leer al adulto y lo ilustró a escondidas como un pequeño Banksy? Da igual. Me encanta. Te invita aún más a sumergirte en sus páginas subversivas y educativas. Y obras como esta pueden lograr que vuelvas a ponerte en pie cuando te encuentras hundida y sin esperanza, que en mi caso es casi siempre. Si alguien desea que se lo preste...



De nuevo, gracias por el regalo, Emma.


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