jueves, 7 de octubre de 2010

RECORDAR

te recuerdo siempre
Alguien me ha dicho hoy: "Los recuerdos no deberían tener demasiado peso en nuestras vidas, ni los buenos ni los malos, porque nos impiden avanzar".

No estoy de acuerdo. Los recuerdos, además de constituir una fuente de información impagable, nos construyen cada día, en cada momento, cuando volvemos a ellos, porque las distintas situaciones y la experiencia adquirida los enriquecen, les dotan de mayor significado, descifran posibilidades, descubren en ellos respuestas aparentemente ocultas antes. En los buenos, pero especialmente en los malos y en aquellos que nos provocan tristeza. Son nuestra identidad. Si aprendemos a encajarlos y somos capaces de establecer las relaciones correctas, nos hacen más fuertes, nos equilibran. En realidad, parafraseando a Borges, somos nuestros recuerdos.

«Recordar». Tal vez sea mi palabra favorita. Porque el principal manantial de belleza y significado de las palabras suele encontrarse en su origen etimológico.

RECORDAR: del latín re-cordis (recordari), "volver a pasar por el corazón".

Si alguna vez reparásemos en la magnitud de los significados... Cuando digo que recuerdo a alguien, estoy diciendo que lo vuelvo a pasar por mi corazón. (Los griegos creían que la mente, y por extensión el recuerdo, residía en el corazón. Equivocado, aunque pensándolo bien, quizás no tanto; en todo caso, hermoso). Del mismo modo, ACORDAR proviene del latín a-cordis, "aproximar (unir) los corazones".

¡Uf!

Entonces, ¿olvidarse de los recuerdos, marginarlos, menospreciarlos?

No.
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"Ciertos recuerdos son como amigos comunes, saben hacer reconciliaciones."
(Marcel Proust, "El mundo de Guermantes", En busca del tiempo perdido)

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