sábado, 26 de diciembre de 2009

LA IMPORTANCIA DE NO VERLO CLARO

duda, así sabrás que existes
"Quien todo lo entiende es que está mal informado", decía un sabio chino. Sin embargo, tenemos la necesidad vital, atávica y neurótica de verlo todo claro. Por eso tendemos a creer que las cosas son diáfanas y concluyentes, para autofacilitarnos el proceso, porque nos angustia el no entender.

Al respecto, dice el filósofo Rubert de Ventós que "sólo cuando comenzamos a querer de verdad a una persona o una cosa es cuando sentimos los límites de nuestro conocimiento de ella". En realidad, como mucho sólo creemos entender perfectamente aquello que, en el fondo, no nos importa demasiado. De ahí que la famosa discusión sobre que hay que conocer algo antes de amarlo o viceversa quede en entredicho o, como mínimo, matizada: sólo el amor o el interés por algo o por alguien nos hace sentir el alcance de nuestra ignorancia sobre ello. El amor nos ofrece el verdadero panorama, la medida de la torpeza de nuestro entendimiento. Es muy cierto. Y es necesario y maravilloso que ocurra esto.

Tendríamos que observar y atender un poco más, sólo por el placer de hacerlo, sin tener presente siempre, de forma obsesiva, la necesidad de entender y de preguntarnos el porqué de todas las cosas. Porque como bien apunta Rubert de Ventós, "la búsqueda obsesiva de un «sentido» para todo acaba así fácilmente en la paranoia". Lo ejemplifica muy bien una viñeta de Mafalda que el filósofo recoge en su imprescindible Por qué filosofía (1990):
...

Mafalda y Susanita (Quino)
Fuente: Por qué filosofía (X. Rubert de Ventós).
Península, Madrid, 1990).
 

Me avergüenza sorprenderme a mí misma siendo a veces Susanita. Y es que con frecuencia ese imperativo de saberlo todo, calificarlo e interpretarlo responde más a nuestra necesidad de apaciguamiento que al deseo de conocer. Es ansiedad más que curiosidad, es miedo a desconocer ciertas cosas más que interés por conocerlas. 

Noscere audere (osar saber) debería complementarse (quizás en ocasiones suplirse) con nescere audere (osar ignorar). Algo así como volver a ser niños y hacer un millón de preguntas, a nosotros mismos y a los demás. Porque son esas preguntas inesperadas, a veces aparentemente tontas, las que nos mantienen despiertos y evitan que demos todo por supuesto o que caigamos en la ansiedad.

A veces, la necesidad enfermiza de verlo claro nos lleva a situar los problemas, a definir los acontecimientos y a colocar las preguntas allí donde quisiéramos que estuvieran, sólo para no tener que cuestionarnos de veras. Esto no es más que recortar el mundo a la medida de nuestras necesidades, "a la medida de los compartimentos mentales o culturales que tenemos ya preparados para entenderlo" (Rubert de Ventós).

Como el borracho que perdía cinco duros y los buscaba en torno a una farola. No los había perdido allí, pero él decía que como allí había luz para buscarlos..., pues en torno a la farola los buscaba. Muchas veces somos como él, nos construimos la ilusión de que los problemas están donde podemos controlarlos. Y no es así. Porque habitualmente están donde no se dejan detectar y manipular con facilidad.

Volviendo a Rubert, quizás debamos "poner en contacto lo que sabemos con lo que sentimos, lo que pensamos con lo que hacemos; desconfiar de las explicaciones que satisfacen", arriesgarnos a ver más de lo que creemos o queremos ver, porque "a menudo el afán de certeza y la búsqueda de la verdad se excluyen".

Por eso es muy cierto lo que Sócrates le decía a su esclavo en el Menón: para descubrir en nosotros mismos lo que de verdad son las cosas es preciso olvidar lo que creemos saber ya. Y, por eso, la figura de Sherlock Holmes (Grissom y/o House) sobresale frente a la de Watson (el resto de CSIs y/o equipo de doctores), que también tiene su importancia. Watson llegaba a la escena del crimen y rápidamente veía lo importante, lo significativo -un cuchillo sobre una mesa o un perchero cubierto de sangre-, mientras que Holmes se detenía en los detalles aparentemente sin importancia, en lo supuestamente trivial: una vela que debiera haberse consumido si el asesinato se cometió a tal hora, pero que aún quema.

Así se producen los verdaderos descubrimientos, las nuevas visiones de las cosas. Se trata de romper los esquemas convencionales que definen lo Relevante y lo Irrelevante, el Mensaje y el Ruido, los Medios y el Fin.

Se trata, en conclusión, de no avergonzarnos y dar más importancia a no verlo claro, de volver a preguntar como niños, de aprender a observar y a pensar desprendidos de prejuicios, convencionalismos, obviedades sólo aparentes, ansiedades y miedos.
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1 comentario:

Fingal dijo...

Tienes mucha razón, Susana. Lo mismo que Rubert de Ventós. Uno a veces se siente ridículo preguntando ciertas cosas o los demás hacen que te sientas ridículo. Cuando en realidad esos mismos no tienen ninguna respuesta. Porque nadie la tiene en absoluto. Entonces, ese es un gran lema: "aprender a observar y a pensar desprendidos de prejuicios".

Más allá de tus obsesiones, aunque a veces seas Susanita, me encanta cómo piensas.