viernes, 27 de noviembre de 2009

LA CAÍDA


En su espléndida novela Antes de Adán (que recomiendo con fervor), Jack London explica su teoría sobre ese sueño tan recurrente y angustioso que todos hemos tenido alguna vez. Aquel en el que caemos y caemos en el espacio, interminablemente, irremediablemente. ¿Sabéis de qué hablo, verdad? Sí, todos lo hemos soñado. Es un sueño paralelo en los seres humanos. Pues bien, London dice en su novela que ese sueño, en realidad, es un atavismo, algo heredado, una reminiscencia de nuestros antecesores, los primeros simios, que vivían en los árboles. El riesgo de caerse era para ellos una inquietud continua, pues en el suelo vivían las bestias que los devorarían. Dice más:

"Muchos debieron perder la vida de aquel modo; y la mayoría debió sufrir alguna vez horribles caídas, de las que acaso se salvarían agarrándose a alguna rama en su vertiginosa vertical hacia el suelo. (...) Aquellas caídas, como quiera, aunque detenidas en su transcurso, debían producir necesariamente un trauma. Esto determinaría algunos cambios moleculares en las células cerebrales. Dichos cambios, transmitidos a las células cerebrales engendradoras, se debieron convertir en el patrimonio común de la especie. Así, cuando cualquiera de nosotros, los hombres actuales, en estado de sueño o de duermevela sentimos caernos a través del espacio y por último nos despertamos a la conciencia normal, agotados, en el momento mismo de ir a estrellarnos contra la tierra, lo que hacemos es recordar lo que había sucedido a nuestros antepasados arborícolas: ello se ha grabado y forma parte del acervo hereditario de la especie."

Afirma que nuestros instintos son hábitos grabados en el código hereditario. Hábitos de nuestra especie en tiempos pasados. Y, volviendo a "la caída", asegura que el hecho de que no experimentemos esa sensación de la caída al vacío en la vida cotidiana, despiertos, es porque padecemos una disociación de la personalidad. O sea, que tenemos doble personalidad: la que cae mientras dormimos (y que debe haber sufrido antes esa experiencia, vía antepasados) y la que mostramos despiertos. La primera, que es la gran desconocida (y por eso la más interesante), recuerda experiencias de épocas remotas, mientras que la despierta conserva la memoria de las experiencias vividas en nuestra vida real. Ocurre que unos tenemos recuerdos de la especie más intensos y concretos que los demás. De cualquier modo, seguimos siendo rompecabezas.



"La caída de Ícaro", Jacob Peter Gowy (1636).
Fuente:
El rival interior
- "Psicopatología del Deportista"

 
Pero... ¡qué forma de "reencarnación" tan surrealista! Si bien tiene visos cientifistas, no se trata de una teoría estrictamente científica, aunque London dice que gran parte de ella proviene de explicaciones de un profesor de biología que tuvo. Pero como bien sabemos, la ciencia nunca ha sido capaz de explicarlo todo, por suerte o por desgracia. Y ya que necesitamos explicarlo todo (a mí me ocurre), esta teoría tiene su sentido, además de cierto poetismo dramático. Y digo yo: explicación lógica más belleza, ¿qué más se puede pedir? Sí, creo que se puede encontrar belleza en el dramatismo y la angustia, en la pesadilla real de la caída. Es la mejor forma que conozco de empezar a superar los miedos, buscarles lo bello.

En fin, cuento todo esto, además de porque es interesante, porque alguien me mandó el siguiente mensaje privado a mi twitter: "Sueño mucho con caerme. Mi instinto me dice que es la inminencia de la muerte".

Vamos por partes, como diría Jack el Destripador. No tengo ni idea de quién diantres me ha mandado esto. Y tampoco tengo la menor idea de por qué extraña razón todo el mundo tiende a creer que soy psicóloga o lectora-intérprete de sueños. Creo que se toman al pie de la letra eso de que un humanista es un cajón de sastre (separado, no junto). Como sea, ese mensaje me hizo pensar y no pude evitar acordarme de la explicación de Jack London en Antes de Adán. Lectura obligatoria.

Por cierto, le contesté contándole, entre otras, la teoría de London, por si la desconocía, y recomendándole la novela. Además, le dije que sí, que morirá... algún día, se caiga mucho o poco, en sueños o en la vida real. Y que, entretanto, no se obsesione con sus sueños, que confíe más en su "personalidad de despierto", que se concentre más en ella, en no caerse literal y figuradamente. Que investigue si no será que la despierta está influyendo en la dormida, provocando de alguna forma los repetidos sueños de caída. Al fin y al cabo, esos simios se caían por alguna razón: torpeza, cansancio, falta de concentración, miedo, etc.

¡Ah!... Y también le dije que, por si acaso, por nada del mundo se le ocurra subirse a los árboles. Ya no somos simios (vale, muchos sí), pero si actuamos como tales será más probable que nos caigamos y nos rompamos algo o, peor, que las bestias nos devoren, viéndonos heridos e indefensos, en el suelo.
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miércoles, 25 de noviembre de 2009

LA MEMORIA HISTÓRICA

Desenterrar
Hace algún tiempo leí una entrevista a la sobrina de Federico García Lorca. También, alguien me envió a mi cuenta de correo una carta de un hombre que pedía al juez Garzón (y a todos) que dejase las cosas como estaban, que no se desenterrase a los muertos de ningún bando, para evitar conflictos y disputas entre las dos partes, que todavía existen.

Una trata de entender las razones de los otros, trata de ponerse en su lugar. Pero sobre aquella entrevista, sobre la carta de aquel hombre y sobre aquellos, como este hombre o como la sobrina de Lorca, que creen que no se debe 'remover' el pasado porque eso podría suponer izar la bandera de la discordia, tengo mi opinión:

 
“Muerte de un Miliciano”, de Robert Capa (tomada en Cerro Muriano, en el frente
de Córdoba, el 5 de septiembre de 1936).
Fuente:
El País - "Nueva York pone el foco en la guerra civil"


Creo que por encima de cualquier cosa, de cualquier vida, de cualquier historia personal..., por encima de todo, incluso de la 'calma social', están la verdad y la justicia. Olvidarse de eso supone vivir una vida de impunidad y mentiras. Porque es mentira que en este caso desenterrar el pasado necesariamente vaya a generar división social. Lo haría si los motivos y las intenciones fueran deshonestos. No lo son. Se trata de saber la verdad, de hacer justicia a la memoria de los asesinados, que está enterrada, como sus huesos anónimos, en cunetas y barrancos de un país que sigue deambulando por ahí con una venda en los ojos, tropezando con voceros siempre malintencionados e incapaz de distinguir, de entre la maraña de mentiras que éstos les cuentan, lo que es justo de lo que no, la verdad de la mentira. Lo que genera discordia y ruido social, lo que alimenta el odio y el enfrentamiento, es difundir esas mentiras, tratar de manipularlo todo y a todos con ellas, intentar que la verdad permanezca oculta, echar más tierra sobre los muertos y su memoria, que es lo único que puede y debe permanecer de ellos. 

Si la familia de Lorca no desea desenterrar a Federico, cuyo asesinato es el símbolo de la injusticia y del horror (¡matar a un Poeta! Es como matar a un niño), y prefiere que sus restos sigan ocultos en algún lugar de un barranco entre Víznar y Alfácar, pues es respetable. Pero las familias de los dos banderilleros y del maestro, compañeros de fusilamiento y de fosa de Lorca, discrepan. También están en su derecho y han de ser respetados, sobre todo porque lo que exigen es justo.

Mi padre es de una aldea que pertenece a Viguera (La Rioja, España). Allí he pasado gran parte de mi infancia: fines de semana, veranos... Todo el mundo sabía que en Viguera había fosas comunes. Pero nadie quería hablar de ello. Mi abuelo me lo contó cuando todavía era una cría, porque él estaba convencido de que lo más importante del mundo es la verdad y la justicia. Me habló de 'los 11 de Viguera', asesinados en el túnel en el año 36 y enterrados en el pueblo, en una fosa común, sin identificar.

Pues bien, tras saber esto, la que escribe, en ocasiones exploraba el lugar jugando a encontrarles, entre la inconsciencia propia de una niña, cierto respeto-temor, la curiosidad y la necesidad de comprobar todo lo que me había contado mi abuelo. No es que no le creyera, es que quería descubrirlo por mí misma y, además, pensaba que seguro que esas personas deseaban que alguien las encontrase. Y las encontraron, hace tres años desenterraron a los 11 para que sus familias pudieran enterrarles dignamente, hacerles un poco de justicia y homenaje, llorarles y recordarles con sus nombres y apellidos. Yo lo vi. Pero no vi discordia, ni odio, porque sus familias y amigos no buscaban eso. 

Por eso creo que Federico desearía que le encontrasen y desenterrasen, para que el pueblo de sus versos y de su imaginario, que siempre será el mismo en lo esencial, pudiera, además de regalarle flores y poesías, colocarlas sobre su pecho, aunque su pecho no pueda ser ya más que tierra junto a una lápida grabada con su nombre y quizá alguno que otro de sus versos. Me gustaría poder hacer eso algún día. Es un pequeño gran deseo que llevo conmigo: regalarle flores y poesía a Federico y colocarlas sobre su pecho, aunque sea de tierra, y donde pueda leer su nombre. Porque a pesar de que yo no tengo ningún muerto que encontrar y desenterrar y aunque Federico no era de mi sangre, lo siento tan mío (e incluso más me atrevo a decir) como lo pueda sentir su familia. Y siento lo mismo por los demás Federicos aún sin nombre.


Federico García Lorca (1925)
Fuente:
La Memoria Viva
"¿Quién oculta a Lorca?"


"Hay cosas encerradas dentro de los muros que, si salieran de pronto a la calle y gritaran, llenarían el mundo".

(Federico García Lorca)