lunes, 28 de diciembre de 2009

LA AMISTAD (Gibran Jalil Gibran)

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"Un joven dijo: Háblanos de la Amistad. 

Y él respondió:

Vuestro amigo es la respuesta a vuestras necesidades. Él es el campo que plantáis con amor y cosecháis con agradecimiento. Y él es vuestra mesa y vuestro hogar. Porque vosotros vais hacia él con vuestro hambre y lo buscáis con sed de paz.

Cuando vuestro amigo os hable francamente, no temáis vuestro propio "no", ni detengáis el "sí". Y cuando él esté callado, que no cese vuestro corazón de oír su corazón. Porque, sin palabras, en amistad, todos los pensamientos, todos los deseos, todas las esperanzas nacen y se comparten en espontánea alegría.

Cuando os separéis de un amigo, no sufráis. Porque lo que más amáis en él se aclarará en su ausencia, como la montaña es más clara desde el llano para el montañés.

Y no permitáis más propósito en la amistad que el ahondamiento del espíritu. Porque el amor que no busca más que la aclaración de su propio misterio, no es amor sino una red lanzada; y solamente lo inútil es cogido.

Y haced que lo mejor de vosotros sea para vuestro amigo. Si él ha de conocer el menguante de vuestra marea, que conozca también su creciente. Porque ¿qué amigo es el que buscaréis para matar las horas? Buscadlo siempre para vivir las horas. Porque él está para llenar vuestra necesidad, no vuestro vacío. 

Y en la dulzura de la amistad, dejad que haya risas y placeres compartidos. Porque en el rocío de las cosas pequeñas el corazón encuentra su mañana y se refresca."

(Gibran Jalil Gibran, El profeta).
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Cachorros de tigre y orangután
Fuente: Qué curioso! - "Son familia orangutanes y tigres"


"Mi patria son los amigos"
(Alfredo Bryce Echenique)
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sábado, 26 de diciembre de 2009

LA IMPORTANCIA DE NO VERLO CLARO

duda, así sabrás que existes
"Quien todo lo entiende es que está mal informado", decía un sabio chino. Sin embargo, tenemos la necesidad vital, atávica y neurótica de verlo todo claro. Por eso tendemos a creer que las cosas son diáfanas y concluyentes, para autofacilitarnos el proceso, porque nos angustia el no entender.

Al respecto, dice el filósofo Rubert de Ventós que "sólo cuando comenzamos a querer de verdad a una persona o una cosa es cuando sentimos los límites de nuestro conocimiento de ella". En realidad, como mucho sólo creemos entender perfectamente aquello que, en el fondo, no nos importa demasiado. De ahí que la famosa discusión sobre que hay que conocer algo antes de amarlo o viceversa quede en entredicho o, como mínimo, matizada: sólo el amor o el interés por algo o por alguien nos hace sentir el alcance de nuestra ignorancia sobre ello. El amor nos ofrece el verdadero panorama, la medida de la torpeza de nuestro entendimiento. Es muy cierto. Y es necesario y maravilloso que ocurra esto.

Tendríamos que observar y atender un poco más, sólo por el placer de hacerlo, sin tener presente siempre, de forma obsesiva, la necesidad de entender y de preguntarnos el porqué de todas las cosas. Porque como bien apunta Rubert de Ventós, "la búsqueda obsesiva de un «sentido» para todo acaba así fácilmente en la paranoia". Lo ejemplifica muy bien una viñeta de Mafalda que el filósofo recoge en su imprescindible Por qué filosofía (1990):
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Mafalda y Susanita (Quino)
Fuente: Por qué filosofía (X. Rubert de Ventós).
Península, Madrid, 1990).
 

Me avergüenza sorprenderme a mí misma siendo a veces Susanita. Y es que con frecuencia ese imperativo de saberlo todo, calificarlo e interpretarlo responde más a nuestra necesidad de apaciguamiento que al deseo de conocer. Es ansiedad más que curiosidad, es miedo a desconocer ciertas cosas más que interés por conocerlas. 

Noscere audere (osar saber) debería complementarse (quizás en ocasiones suplirse) con nescere audere (osar ignorar). Algo así como volver a ser niños y hacer un millón de preguntas, a nosotros mismos y a los demás. Porque son esas preguntas inesperadas, a veces aparentemente tontas, las que nos mantienen despiertos y evitan que demos todo por supuesto o que caigamos en la ansiedad.

A veces, la necesidad enfermiza de verlo claro nos lleva a situar los problemas, a definir los acontecimientos y a colocar las preguntas allí donde quisiéramos que estuvieran, sólo para no tener que cuestionarnos de veras. Esto no es más que recortar el mundo a la medida de nuestras necesidades, "a la medida de los compartimentos mentales o culturales que tenemos ya preparados para entenderlo" (Rubert de Ventós).

Como el borracho que perdía cinco duros y los buscaba en torno a una farola. No los había perdido allí, pero él decía que como allí había luz para buscarlos..., pues en torno a la farola los buscaba. Muchas veces somos como él, nos construimos la ilusión de que los problemas están donde podemos controlarlos. Y no es así. Porque habitualmente están donde no se dejan detectar y manipular con facilidad.

Volviendo a Rubert, quizás debamos "poner en contacto lo que sabemos con lo que sentimos, lo que pensamos con lo que hacemos; desconfiar de las explicaciones que satisfacen", arriesgarnos a ver más de lo que creemos o queremos ver, porque "a menudo el afán de certeza y la búsqueda de la verdad se excluyen".

Por eso es muy cierto lo que Sócrates le decía a su esclavo en el Menón: para descubrir en nosotros mismos lo que de verdad son las cosas es preciso olvidar lo que creemos saber ya. Y, por eso, la figura de Sherlock Holmes (Grissom y/o House) sobresale frente a la de Watson (el resto de CSIs y/o equipo de doctores), que también tiene su importancia. Watson llegaba a la escena del crimen y rápidamente veía lo importante, lo significativo -un cuchillo sobre una mesa o un perchero cubierto de sangre-, mientras que Holmes se detenía en los detalles aparentemente sin importancia, en lo supuestamente trivial: una vela que debiera haberse consumido si el asesinato se cometió a tal hora, pero que aún quema.

Así se producen los verdaderos descubrimientos, las nuevas visiones de las cosas. Se trata de romper los esquemas convencionales que definen lo Relevante y lo Irrelevante, el Mensaje y el Ruido, los Medios y el Fin.

Se trata, en conclusión, de no avergonzarnos y dar más importancia a no verlo claro, de volver a preguntar como niños, de aprender a observar y a pensar desprendidos de prejuicios, convencionalismos, obviedades sólo aparentes, ansiedades y miedos.
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domingo, 20 de diciembre de 2009

EN LA SUBASTA DE LAS ZAPATILLAS RUBÍES

sociedad deshumanizada
Me lo preguntan. Les digo que ya me retiré de la subasta de las zapatillas rubíes de Dorothy. Supongo que de vez en cuando miro a ver cómo transcurre, por curiosidad. Pero hace tiempo que dejaron de gustarme las zapatillas rubíes, a lo mejor porque nunca serán nuestras, nunca serán mías. Tampoco van conmigo, ¿para qué las quiero? ¿Otro fetiche? No, gracias. Aún así me gusta la historia y seguiré mirando desde la distancia, observando cómo el público y los pequeños pujadores continúan soñando con esas zapatillas que nunca tendrán. Mirarles es un autocastigo. Pero creo que si dejo de mirarles sufriré más. Mientras, caminaré con sandalias masai, son más como yo, peregrinas...

"Los pujadores que se han reunido para la subasta de las zapatillas mágicas se parecen poco a la muchedumbre habitual de nuestra sala de ventas. Los Subastadores han hecho mucha publicidad del acontecimiento y están preparados para lo que venga. La gente rara vez se atreve a salir de casa actualmente; sin embargo, y con razón, los Subastadores creen que este lote nos inducirá a abandonar nuestros búnkers. Se prevé mucho entusiasmo. En consecuencia, además de los servicios normales para comodidad y seguridad de las personas más notables, se han colocado escupideras de bronce especialmente grandes para uso de los físicamente enfermos; en confesionarios góticos estratégicamente situados se han instalado equipos de psiquiatras de diversas disciplinas para aconsejar a los enfermos del alma. 

La mayoría de nosotros estamos hoy enfermos. 

No hay curas. Los Subastadores han puesto un límite. Los curas están en otros edificios cercanos, que les son familiares, confiando en poder tratar todo efecto secundario psíquico, todo exceso de locura.

(...) Mirad: detrás de un vidrio a prueba de balas, las zapatillas rubíes centellean. No conocemos los límites de sus poderes. Sospechamos que esos límites no existen. 

(...) El culto de las zapatillas rubíes está en su apogeo. Un baile de disfraces está en plena animación. Hay una gran oferta de magos, leones y espantapájaros. Se abren paso con los codos para tener un sitio, pisándose mutuamente los pies. Hay escasez de Leñadores de Hojalata a causa de la especial incomodidad del traje. Las brujas aguardan su momento en los balcones y las galerías de la Gran Sala de Subastas, gárgolas vivas con posibilidades, en muchos casos, de obtener muchos puntos. Una de las esquinas está ocupada totalmente por Totós, varios de los cuales copulan con entusiasmo, lo que obliga a un portero de guantes de goma a separarlos a fin de evitar el escándalo público. Lo hace con mucha delicadeza y tacto.

Nosotros, el público, nos ofendemos fácil, mortalmente. Hemos llegado a considerar la ofensa como un derecho fundamental. Valoramos muy pocas cosas más que nuestra rabia, que, en nuestra opinión, nos da un alto soporte moral. Desde ese alto soporte podemos disparar contra nuestros enemigos, causando muchas bajas. Nos enorgullecemos de nuestra escasa tolerancia. Nuestra cólera nos eleva, nos trasciende.

(...) Las oportunidades de encontrar lo auténticamente milagroso son limitadas en nuestro universo nietzscheano y relativista. Los filósofos conductistas y los científicos cuánticos se amontonan en torno a las zapatillas mágicas. Toman notas indescifrables.

Exiliados, personas desplazadas de todas las clases, incluso vagabundos sin hogar han venido a echar una ojeada a lo imposible. Han surgido de sus agujeros subterráneos y desafiado los bazookas, la banda de uzis armados ciegos de crack o de caballo o de coca, los traficantes, los atracadores.
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Los vagabundos llevan ponchos de yute malolientes y escupen ruidosamente en las macetas de yucas gigantes. Agarran puñados de canapés de las bandejas que llevan las manos soberbias de restauradores de primera categoría. Comen sushi con cantidades impresionantes de salsa wasabi, a cuyos efectos inflamatorios parecen impunes las entrañas de aquellos vagos. Se llama a los equipos P.A.L.O. y, tras una breve batalla, con utilización de balas de goma y dardos sedantes, se elimina a los vagabundos, se los deja inconscientes a golpes y son sacados de allí. Se los depositará a cierta distancia, fuera de los límites de la ciudad, en esa tierra de nadie humeante, rodeada de inmensas vallas publicitarias, en la que ya no nos aventuramos. Los perros salvajes se congregarán a su alrededor, impacientes por el almuerzo. Son tiempos despiadados.

En la subasta hay refugiados políticos: conspiradores, monarcas destronados, facciones derrotadas, poetas, jefes de bandidos. Esos personajes no llevan ya las boinas negras, gafas de culo de botella y capas envolventes de antaño, sino que adoptan actitudes resplandecientes con chaquetas de seda a cuadros y pantalones de talle alto, de alta costura japonesa. Las mujeres visten chaquetillas de torero con reproducciones en lentejuelas de grandes obras de arte. Una beldad exhibe un Guernica en la espalda, mientras que varias otras llevan escenas centelleantes de Los desastres de la guerra. Por incandescentes que sean con sus trajes de luces, las refugiadas políticas no pueden eclipsar a las zapatillas rubíes y se reúnen con sus compañeros masculinos en pequeños grupos siseantes, que lanzan periódicamente imprecaciones, bolitas de papel marcado o embebido en tinta y flechas de papel, a través del salón, a los grupos de emigrados rivales.

Los guardas, en las salidas, restallan distraídamente sus látigos y los políticos se portan bien.
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Veneramos las zapatillas rubíes porque creemos que pueden hacernos invulnerables a las brujas (y hay tantas hechiceras que actualmente nos persiguen); por sus poderes para invertir la metamorfosis, su afirmación de un perdido estado de normalidad en el que casi hemos dejado de creer y al que las zapatillas nos prometen que podemos regresar; y porque relucen como el calzado de los dioses.

Por el liberalismo extremado de algunos de los Subastadores, que aducen que una sala de subastas civilizada debe ser una iglesia amplia, abierta, tolerante, se ha dejado entrar a fundamentalistas religiosos, que critican el fetichismo de las zapatillas. Los fundamentalistas han manifestado abiertamente que sólo están interesados en comprar el calzado mágico para quemarlo, y ello, en opinión de los Subastadores liberales, no es un programa reprensible. ¿Qué vale la tolerancia si no se tolera también al intolerante? «El dinero insiste en la democracia», reiteran los subastadores liberales. «Dinero es siempre dinero.» Los fundamentalistas fulminan desde cajas de jabón construidas de madera especial y bendita. No les hacen caso, pero algunos personajes de edad presentes hablan agoreramente de que han conseguido introducir una cuña.

(...) Gracias a la infinita generosidad de los Subastadores, cualquiera de nosotros, gato, perro, hombre, mujer o niño, puede ser de sangre azul; puede ser –tal como queremos ser y tal como, escondidos en nuestros refugios, tememos no ser- alguien."
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(Salman Rushdie - Oriente, Occidente, "En la subasta de las zapatillas rubíes"). Descargar aquí.
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Zapatillas rubíes y sandalias masai.
Montaje: Susana R. Verano.
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sábado, 19 de diciembre de 2009

EL CAPITALISMO BRUTAL, LA FILOSOFÍA DEL MIEDO Y LA PSICOSIS COLECTIVA

miedo
La democracia está muerta, ya no existe, si es que alguna vez lo ha hecho de forma efectiva y justa. Y está muerta porque no existe la verdadera libertad, la posibilidad real e individual de elección y decisión. No poseemos una huerta donde cultivar, trabajar y recolectar ideologías. El capitalismo la viene asolando oportunamente desde tiempo inmemorial, utilizando como mensaje cualquier filosofía de moda y como instrumentos el bipartidismo inamovible, los medios de comunicación, algún que otro divertimento disfrazado y el miedo. Por eso no existen las ideologías, el fruto que alimenta la libertad y la capacidad de elección y decisión individual. El capitalismo lo ha devorado todo.

La única ideología existente y predominante es la que propugna la dictadura del miedo, paradógicamente disfrazada de democracia optimista. Democracia: votad en "libertad", elegid a "vuestros representantes" (todos conservadores y guardianes del capitalismo), los que velarán por vosotros, por vuestra seguridad y vuestro bienestar. Optimista: todo irá bien porque tiene que ir bien, porque "todos" "juntos" podemos hacer que vaya bien.

Dictadura del miedo porque o aceptamos la pseudodemocracia que nos ofrecen o sólo existirá el caos, nos dicen explícita o implícitamente. Y nos creemos la mentira del "bienestar", con sus adornos, y de que todo lo que no sea ese bienestar es el caos, que nos produce un miedo atroz. Cualquier brote ideológico se nos antoja incierto, inseguro. Cualquier voz discrepante constituye una amenaza para nuestra "seguridad" y nuestro "bienestar". Nos dicen. Nos lo creemos.

Vivimos en un estado de psicosis individual y colectiva. Hemos dejado que nos conviertan en bipolares, en seres temerosos, egoístas, hipócritas, maniáticos, obsesivos, fetichistas... Y, casi siempre sin percatarnos de ello, lo aplicamos a nuestro trabajo y, lo que es peor, a nuestra vida personal. Nuestros principios se muestran borrosos y totalmente prescindibles. Carecemos de espíritu crítico y nuestro sentido de la moral y de la justicia es absolutamente discutible, porque se aleja de la objetividad, de lo universalizable, de los derechos humanos. Somos capaces de cualquier maldad y la pondríamos en práctica sin vacilar, simplemente para defender migajas de pan que jamás valdrán tal sacrificio. Lo más patético y desesperanzador es que lo hemos permitido y seguimos permitiéndolo.

De acuerdo con mi colega Jesús:

"Para encontrar una solución, lo primero de todo es diagnosticar el problema. Leo en la biblioteca Ignoria un artículo de Slavoj Zizek muy recomendable: "Un Buda, un hamster y los fetiches de la ideología". El artículo llega a dos conclusiones: una, que el hombre ha sido históricamente capaz de disociarse a fin de preservar su equilibrio mental al tiempo que cometía las mayores tropelías o transigía con ellas. La segunda, motivo de este post, que el capitalismo salvaje somete a tanta presión a los individuos, les fuerza a un grado de competencia tan despiadado, que deben aferrarse a alguna desviación psicológica, a algún fetiche, para poder sobrellevar la destestable realidad: vivimos en una sociedad que aboca a la neurosis o al fracaso."
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(Jesús Ruiz, "Capitalismo y autoayuda", en su blog Tal Vez Inútil).
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"El Grito", de Edvard Munch.
Fuente: Absolut Noruega - "El Grito, de Edvard Münch"

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lunes, 14 de diciembre de 2009

EL AMOR INCONDICIONAL

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Mi padre nunca me castigó. Jamás. Sé que resulta muy difícil de creer, pero es así. Nunca hubo un domingo sin paga, ni tampoco un "este fin de semana no sales", ni siquiera una leve colleja merecida o inmerecida. No me castigó siendo niña, tampoco en plena adolescencia, y desde luego nunca lo ha hecho en la edad adulta (si es que he llegado a ser adulta). De ninguna manera. Y no es que yo haya sido un angelito precisamente. Nada de eso. Ni zalamera. Ni siquiera medianamente afectuosa. Y al igual que casi todos los niños y adolescentes, alternaba los momentos de buen comportamiento con aquellos de capricho, rebeldía y/o sublevación. Pero nada, mi padre no me castigaba. Siempre obtenía a cambio esa mirada condescendiente y hasta sonrisas, ora tiernas, ora burlonas. Él todo lo resolvía dialogando, pacificando, ignorando los actos reprobables, dulcificando el conflicto, amordazándolo con palabras, nunca con castigos, aunque éstos pudieran antojarse a priori, dosificados y bien empleados, como el instrumento más justo, efectivo y natural.
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Esta realidad siempre me ha resultado desconcertante, en ocasiones frustrante, y, si me apuráis, deseducativa, he llegado a pensar. Hasta el punto que, a veces, yo misma provocaba conscientemente situaciones susceptibles de castigo. Pero ni así.
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Por eso son muchas las preguntas que me han asaltado al respecto de esta circunstancia insólita: ¿acaso es un experimento de mi progenitor?, ¿será que simplemente soy la niña de sus ojos?, ¿qué debería haber dicho o hecho, qué he de decir o hacer (sin caer en lo delictivo) para que me castigue?, etc. Y otras muchas preguntas las que le he planteado a él, obteniendo siempre respuestas evasivas, no concluyentes, insuficientes.

Creo que es el mejor ejemplo que conozco de amor incondicional. Pero... ¿cuánto de justicia e injusticia hay en el amor incondicional?. ¿Es una forma de obsesión que nos arrastra hasta la subjetividad y la irracionalidad más absolutas o, como decía Gandhi, ante un mundo saturado de odio, falsedad e irracionalidad, negador de la compasión y la tolerancia, sólo el amor incondicional es y siempre será la más subversiva, pacífica y compasiva de las militancias?

Mi padre (11 de octubre de 1968) 
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El amor incondicional es el que se profesa sin esperar nada a cambio. Se puede decir que su origen está en el agape griego (αγάπη), altruista y, curiosamente, de carácter reflexivo (a largo plazo), en el que uno se desprende de sí mismo y sólo tiene en cuenta al ser amado. Es totalmente diferente (contrario) al que destila el Ars Amandi del romano Ovidio, regido por la líbido y definido por el impulso de carácter sensual que aspira al goce material y al logro erótico definitivo y absoluto; y contrario al eros, amor egoísta que busca poseer al otro. El agape o amor incondicional es más bien el definido por Platón: universal, humano, que busca la verdad. Es ese hombre que regresa a la caverna, ciegamente, irracionalmente, olvidándose de sí mismo, para liberar a los prisioneros de sus cadenas, alejarlos de las sombras y llevarlos a la luz. Emplea un proceder irracional para lograr el propósito más racional: la verdad-felicidad.

El cristianismo original, misionero, es amor incondicional: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Juan 13,34) y "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Levítico 19,18). Trasciende el sentimiento, mostrándose con fuertes connotaciones espirituales. También lo es el Mettā budista, amor desprendido que aleja del egoísmo, los deseos y la hostilidad, y acerca a un estado pacífico y feliz. Es el amor más puro, libre de las emociones perturbadoras, que nos producen sufrimiento a nosotros y a los demás.
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Del inquietante y omnipresente San Agustín puedo recoger su ya manida "la medida del amor, es amar sin medida". Pero, sobre todo, resumiré su pensamiento al respecto con una frase contundente, como todo él: "dadme otras madres y cambiaré el mundo". Es decir, en la educación con amor incondicional está el gran cambio de la Humanidad.

El siglo XVII es especialmente rico en teorías y concepciones sobre el amor incondicional, ejemplificadas en el amor a Dios, desde el punto de vista del cristianismo protestante. Baruch de Spinoza (Ética demostrada según el orden geométrico) ofreció una definición que puede encuadrarse en los requerimientos de las ciencias humanas: "El que imagina aquello que ama afectado de alegría o tristeza, también será afectado de alegría o tristeza". Su idea es la de un amor intelectual y espiritual que persigue el conocimiento absoluto, la consecución de la libertad, la salvación del ser humano.

Blaise Pascal (Discurso sobre las pasiones del amor) decía que es inevitable amar, pues "nacemos con un carácter de amor en nuestros cuerpos que se desarrolla a medida que el espíritu se perfecciona (...), da entendimiento y se sostiene por el entendimiento". Pasión y reflexión se oponen pero no amor y razón: "No excluyamos pues la razón del amor ya que son inseparables", pues existen verdades de la razón y verdades del corazón.

Para Gottfried Leibniz, "amar es encontrar en la felicidad de otro tu propia felicidad". Es también una idea de amor incondicional, porque el verdadero amor conoce y descubre, y los intereses que persigue tienden al bien y no al placer egoísta ni al provecho mezquino basado en la manipulación del otro. Ese amor puede ser el mejor sostén de la razón.

Para estos tres humanistas del XVII, ese amor de carácter incondicional es un fenómeno que embellece y perfecciona el alma y contribuye a elevarla.

Ya en el siglo XX, el psicólogo Carl Rogers decía que se debe mostrar amor incondicional hacia los niños, ya que si éstos no se sienten aceptados incondicionalmente van a verse obligados a generar conductas para serlo. Y como todo ser humano tiene derecho a la aceptación incondicional, si no la ha disfrutado, ha de facilitársele para re-construir su vida. Porque la persona amada y libre tiende a ser congruente, a tener buena autoestima, a tomar decisiones partiendo del presente, a guiarse por su propia experiencia y a funcionar óptimamente.

Y en mi particular recorrido por esta desazón personal, quiero concluir con el principal valedor de la misma: Mahatma Gandhi. En sus Reflexiones sobre el amor incondicional, recopiladas por Miguel Grinberg, dice (y dice bien) que las naciones están gobernadas por una ley diferente a la que gobierna a las familias. Por eso los libros de historia no hablan del amor incondicional de un padre a su hijo. La historia simplemente se contenta con dar fe de las interrupciones de las cosas. Es algo muerto, no habla del amor, y "donde no está presente el amor no existe vida".

“Si queremos enseñar una paz verdadera en este mundo, y si tenemos que continuar una auténtica guerra contra la guerra, debemos empezar por los niños. Si les permitimos crecer en medio de su ingenuidad natural, no tendremos que librar más batallas; sino que iremos del amor al amor y de la paz a la paz, algo de lo que el mundo está hambriento.
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“Si el amor no es la ley de nuestro ser, todos mis argumentos se hacen añicos”.
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(Mahatma Gandhi, Reflexiones sobre el amor incondicional.)

La utopía social de Gandhi nunca ha sido tal utopía en mi casa, con mi padre. Él me ha demostrado que una forma pequeña e inocente de contemplarla, de trabajarla, edifica realidades, construye mejores personas. La historiografía nunca recogerá esta clase de experiencias, pero yo doy fe de una de ellas en este blog, aunque sólo sea como homenaje a mi Mahatma ("alma grande") particular.

Y sin embargo, sigo desconcertada.

Por cierto, amo a mi padre, incondicionalmente.

"Manos", de Jesús Gómez.

"El más pródigo amor le fue otorgado.
El amor que no espera ser amado."
 
(Jorge Luis Borges)
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miércoles, 9 de diciembre de 2009

Y CONTANDO...

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Continúa la injusticia para con Aminatou, el encarcelamiento, el acto criminal de Marruecos, la bajada de pantalones de Zapatero y la UE, la huelga de hambre de esta mujer digna (26 días ya), la impasibilidad y/o lavada de manos de la Justicia, las declaraciones estúpidas de políticos y no políticos del PP y del PSOE, todos ellos estúpidos... Continúa mi vergüenza por haber votado al PSOE, al que jamás volveré a votar. ¿Por qué la gente no sale a la calle? ¿Por qué esto no parece importar a casi nadie?

Aminetou Haidar durante su huelga
de hambre en el aeropuerto de Lanzarote.
Fuente: AmecoPress - "Aminatou Haidar se niega a
«pedir perdón» a Mohamed VI y a reconocer que es marroquí
".

Si Aminatou muere, será oficialmente el primer muerto en la conciencia de Zapatero, que se convertirá automáticamente en un asesino, entrando de inmediato en el club de presidentes españoles asesinos que tan espectacularmente inauguró Aznar.

¡Viva esta pseudodemocracia de políticos y presidentes mentirosos, carceleros y asesinos!

Prensa: SER y El País.

martes, 8 de diciembre de 2009

MILENIOS DE FUEGO GREGUISCO... Y CONTINUARÁ...

guerras
«El fuego greguisco se extingue con dificultad, porque el agua no lo apaga. Existen ciertas sustancias cuya explosión produce tanto ruido y asombra tanto al alma, que si las encendieran súbitamente y de noche, no podrían resistirlas ni una ciudad ni un ejército; serían más ruidosas que los truenos. Existen fuegos que deslumbran tanto como los relámpagos; y es de suponer que con artificios como éstos aterró Gedeón al ejército de los madianitas. Nos da una prueba de esto ese juego de niños que se verifica en todo el mundo. Meten en un tubo una cantidad de salitre, forzándola con una pequeña bala del tamaño de una pulgada, y la hacen reventar, produciendo un ruido semejante al que produce el trueno, y del tubo sale una exhalación de fuego que parece un rayo.» (Roger Bacon, Opus Maius, 1267).

Tiene mucho sentido que el Doctor Mirabilis ("doctor admirable" llamaban a Bacon) comparase la pólvora y los fuegos de artificio con el fuego greguisco y su poder destructivo e inextinguible, que se remontase a él. Me pregunto qué diría del fuego greguisco de los siglos XX y XXI, la bomba atómica.
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El fuego greguisco (Codex Skylitzes Matritensis, siglo XII).
Fuente: Wikipedia - "Fuego griego".

El fuego greguisco o griego (ignis graecus) es uno de esos famosos enigmas históricos. Se trata de una devastadora arma naval del siglo VII, una mezcla incendiaria que se inventó en Bizancio para abrasar las naves enemigas, las naves musulmanas. Al parecer, su inventor fue un cristiano huído llamado Calínico, arquitecto de Heliópolis (actual Baalbek, Líbano), en 628. De él hizo uso el emperador Constantino IV, llamado Pogonato o "El Barbudo", para quemar la escuadra marítima de los sarracenos.

Se dice que Calínico (Kallinikos) recibió la fórmula secreta de los alquimistas de Alejandría. En primer lugar era necesario construir una especie de lanzallamas, que vomitaba un chorro de líquido ardiente, una mezcla viscosa que se cree compuesta por petróleo en bruto o nafta (flotable), azufre (que emite vapores tóxicos en su combustión), cal viva (que libera mucho calor al entrar en contacto con el agua), resina (para activar la combustión de los ingredientes), grasas para aglutinar todos los elementos, y nitrato potásico más salitre (que desprende oxígeno al prender, permitiendo que el fuego continúe ardiendo bajo el agua). Tras lanzar la mezcla a través de los lanzallamas, ésta entraba en ignición al contacto con el agua, incendiando las embarcaciones enemigas.

Su poder residía en el hecho de que no se apagaba con el agua, ni siquiera sumergido. Seguía ardiendo. Por ello, todos le atribuían un sentido mágico, producto de la brujería. El mayor temor del hombre de aquella época (y de hoy) siempre fue morir quemado.

Aunque también se empleó en tierra, se trataba de un arma preferentemente naval. Y gracias a este invento, entre otras razones bélicas-estratégicas, Bizancio logró frenar la expansión musulmana durante ocho siglos. ¿Os recuerda a algo?

Se me ha ocurrido contar esto porque pensaba en ello mientras veía un vídeo que alguien colgó en youtube. Es un repaso rápido y sonoro de las guerras de los últimos 1000 años. Todo en menos de 5 minutos. Pensé en ese primer "arma de destrucción masiva" e iba tratando de recordar las de cada centuria hasta hoy. La alquimia al servicio de la guerra y la destrucción. Y es que cuando se trata de destruirnos, somos únicos.

Por cierto, he notado que al vídeo le faltan unas cuantas guerras. Como sea, sólo se me ocurre una conclusión:

¡Es un milagro que sigamos aquí!

“Si un alma malévola se propone causar un perjuicio a otra persona, lo desea fervientemente y lo anhela de modo único y piensa vehementemente que podría hacer daño, no existe ninguna duda de que la naturaleza obedecerá a los pensamientos de este alma”.
(Roger Bacon)

domingo, 6 de diciembre de 2009

ELEGÍA

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Los versos desgarrados y desgarradores de Miguel Hernández constituyen de largo la forma más bella que conozco de llorar a alguien y de rebelarse contra la muerte, aunque resulte una rebelión inútil. Me gusta rebelarme, me consuela la sensación. Pero, en los últimos tiempos, quisiera no haberme rebelado tanto inútilmente, quisiera no haber puesto mis ojos una vez más en la forma más bella de llorar a alguien.

Para Juan.




MIGUEL HERNÁNDEZ - Elegía

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
a quien tanto quería)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de mis flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

(El rayo que no cesa)

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"El Grito No. 3", de Oswaldo Guayasamín (1983).
Fuente: Soy Natiuska - "Gritos eternos"

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"A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd." 
(Alphonse de Lamartine)
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sábado, 5 de diciembre de 2009

... Y LA CIUDAD ERA ÉL MISMO

muros
Niño palestino tratando de sortear un muro israelí.
Fuente: CSCAweb -
"Agenda de solidaridad internacionalista - 2006 (Memoria)"


Realmente, la vida carece de puntos y aparte, igual que el muro de esta ciudad del relato parece carecer de grietas. Por eso dios Saramago escribe de la forma en que lo hace. Y hace muy bien. Por lo demás, que cada cual asedie su propia ciudad... ¡Buen asedio!

"Érase una vez un hombre que vivía fuera de los muros de la ciudad. Si había cometido algún crimen, si pagaba culpas de antepasados, o si sólo por indiferencia o por vergüenza se había retirado, eso es algo que no se sabe. Tal vez hubiera un poco de todo eso. Quizá hubiera un poco de todo, pues de lo feo y de lo hermoso, de la verdad y de la mentira, de lo que se confiesa y de lo que se esconde, construimos todos nuestra azarosa existencia. Vivía el hombre fuera de los muros de la ciudad, y de esa segregación, deliberada o impuesta, acabó por hacer un pequeño título de gloria. Pero no podía evitar (realmente, no lo podía) que en sus ojos flotara esa niebla melancólica que envuelve a todo desterrado. Intentó algunas veces entrar en la ciudad. Lo hizo, no por un deseo irreprimible, ni siquiera por cansancio de su situación, sino por mero instinto de cambio o desasosiego inconsciente. Eligió siempre las puertas erradas, si puertas había. Y sí llegó a creer que había entrado en la ciudad, y quizá sí, era como si junto a la ciudad real hubiera imágenes de ella, inconsistentes como la sombra que en sus ojos se iba haciendo cada vez más densa. Y cuando esas imágenes se desvanecían, como la niebla que de las aguas se desprende al roce luminoso del sol, era el desierto lo que le rodeaba, y, a lo lejos, blancos y altos, con árboles plantados en las torres, y con jardines suspendidos en los miradores, los muros de la ciudad brillaban de nuevo inaccesibles. De allá adentro llegaban rumores de fiesta. Así se lo decía, más que los sentidos, la imaginación. Rumores de vida serían, al menos. No la muerte solitaria que es la contemplación obstinada de la propia sombra. No la desesperación sorda de la palabra definitiva que se escapa en el momento que sería, más que una palabra, una llave. Y entonces el hombre bordeaba las largas murallas, tanteando, en busca de la puerta que, oscuramente, podría estarle prometida. Porque el hombre creía en la predestinación. Estar fuera de la ciudad (si eso tenía real consistencia) era para él una situación accidental y provisoria. Un día, en el día exacto, no antes ni después, entraría en la ciudad. Mejor dicho: entraría en cualquier parte, que a eso se resumía su esperar. Que la niebla de la melancolía se hiciera noche sería un mal necesario, pero también provisional, porque el día predestinado traería una explicación: o quizá ni eso siquiera. Un final, un simple final. Una abdicación sería ya suficiente. El hombre no sabía que las ciudades que se rodean de altos muros (aunque sean blandos y con árboles) no se toman sin lucha. No sabía el hombre que antes de la batalla por la conquista de la ciudad tendría que trabar otra batalla y vencer en ella. Y que en esta primera lucha tendría que luchar consigo mismo. Nadie sabe nada de sí antes de la acción en la que tendrá que empeñarse todo él. No conocemos la fuerza del mar hasta que el mar no se mueve. No conocemos el amor antes del amor. Llegó la batalla. Como en los poemas de Homero, también los Dioses entraron en ella. Combatieron a favor y en contra, y algunas veces unos contra otros. El hombre que luchaba por vivir dentro de los muros de la ciudad cruzó espada y palabras con los dioses que estaban de su lado. Hirió y fue herido. Y la lucha duró largos, largos y largos días, semanas, meses, sin treguas ni reposo, unas veces junto a las murallas, otras tan lejos de ellas que ni la ciudad veía ni se sabía ya bien qué premio encontraría al final del combate. Fue otra forma de desesperación. Hasta que, un día, el campo de batalla quedó libre y despejado como un estuario donde las aguas descansan. Sangrando, el hombre y el dios que había permanecido junto a él miraron de frente aquellas puertas abiertas de par en par. Había un gran silencio en la ciudad. Amedrentado aún, el hombre avanzó. A su lado, el dios. Entraron –y solo después de haber entrado quedó habitada la ciudad.

Érase una vez un hombre que vivía fuera de los muros de la ciudad. Y la ciudad era él mismo. Ciudad de José, si un nombre queremos darle."

(José Saramago, El Equipaje del Viajero).
. José Saramago de plastilina
Fuente: El País - "José Saramago (de plastilina) en 'La flor más grande del mundo'"

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miércoles, 2 de diciembre de 2009

AMINATOU HAIDAR


Pregunta: Usted tiene dos hijos pequeños. ¿Ha pensado en qué sería de ellos si usted muriese?

HAIDAR: Tengo dos hijos, pero también tengo mi dignidad, que está por encima de mis hijos. Lo que ha sucedido es un ataque a mi dignidad que no puedo aceptar. Entre mis hijos y mi dignidad, prefiero mi dignidad. Ellos vivirán sin madre, pero con dignidad.

Algunos han criticado esta respuesta de Aminatou Haidar, activista saharaui por los Derechos Humanos, en una entrevista concedida al periódico El País hace unos días. Recordemos que, desde el 14 de noviembre, esta mujer mantiene una huelga de hambre voluntaria en el aeropuerto de Lanzarote, en protesta por su traslado a España en contra de su voluntad y por la imposibilidad de volver a su patria, el Sahara, debido a una prohibición del reino marroquí, que le ha retirado su pasaporte ilegalmente, por ser saharaui y defender los derechos de su pueblo, los Derechos Humanos.

Dicen que esas palabras son atroces, el preferir la dignidad a sus propios hijos. Afirman que tan defensora como es de los Derechos Humanos, diciendo esto no tiene en cuenta los derechos de sus hijos: a una educación, a una familia, a recibir cariño y atenciones, etc. Por esa respuesta, algunos la califican incluso de integrista. Han llegado a afirmar que si los terroristas que se inmolan, provocando masacres, lo hacen porque llevan sus ideas al extremo de dar su propia vida por una causa, podemos estar ante un caso análogo, aunque los matices sean diferentes.

Pero, ¿cómo se atreven? ¡Qué ceguera de visión del mundo! ¡Qué poco entendimiento! ¡Qué debilidad de principios! ¡Qué falta de humanidad!

Es cierto, vivimos en un mundo en el que se cometen barbaridades contra los más indefensos. Hasta el punto de que, muchas veces, para defenderles, para defender los Derechos Humanos, hay personas que llevan su vida al límite, que la ponen en riesgo porque creen que la causa es lo suficientemente fuerte como para hacerlo, como para, por ejemplo, preferir la dignidad, y razonar que la misma está por encima de los hijos. Sí, es un síntoma de los extremos a que nos lleva este mundo demente. Pero es el mundo el que es demente, no aquellos que quieren devolverle la cordura. Es el primero el que obliga a los segundos a las estrategias más arriesgadas y aparentemente disparatadas, porque no atiende a razones, al sentido común.

Pero es que Aminatou elige su dignidad porque también es la de sus hijos. Está eligiendo la libertad de su pueblo, incluidos sus hijos, en lugar del chantaje al que le obligan sus carceleros, los gobiernos marroquí y español. Si cede, entregará en bandeja de plata la dignidad y la libertad de todos ellos, su derecho a ser hijos dignos y libres de una madre digna y libre. Es más que evidente que está teniendo en cuenta los derechos de sus hijos. Por eso hace lo que hace. Son los gobiernos marroquí y español los que están privando a sus hijos de su madre y a su pueblo de los Derechos Humanos. No es Haidar. Son Zapatero y Mohamed VI quienes están cometiendo la atrocidad, obligándola a una medida legal, aunque desesperada. Ellos la están forzando a autoinmolarse, a esa elección inhumana entre la dignidad sin sus hijos y la esclavitud con sus hijos.

Dejemos de culpar a la víctima y vayamos a por los verdugos, los violadores de los Derechos Humanos: Zapatero y Mohamed VI.

Como dice José Saramago en su carta a Haidar:

"Creo que el planeta es de todos y todos tenemos derecho a nuestro espacio para poder vivir en armonía.

Creo que los separatistas son los que separan a las personas de su tierra, las expulsan, tratan de desarraigarlas para que, siendo algo distinto a lo que son, unos alcancen más poder y los otros pierdan su propia estima y acaben siendo engullidos por la sinrazón."


José Luis Rodríguez Zapatero y Mohamed VI
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viernes, 27 de noviembre de 2009

LA CAÍDA


En su espléndida novela Antes de Adán (que recomiendo con fervor), Jack London explica su teoría sobre ese sueño tan recurrente y angustioso que todos hemos tenido alguna vez. Aquel en el que caemos y caemos en el espacio, interminablemente, irremediablemente. ¿Sabéis de qué hablo, verdad? Sí, todos lo hemos soñado. Es un sueño paralelo en los seres humanos. Pues bien, London dice en su novela que ese sueño, en realidad, es un atavismo, algo heredado, una reminiscencia de nuestros antecesores, los primeros simios, que vivían en los árboles. El riesgo de caerse era para ellos una inquietud continua, pues en el suelo vivían las bestias que los devorarían. Dice más:

"Muchos debieron perder la vida de aquel modo; y la mayoría debió sufrir alguna vez horribles caídas, de las que acaso se salvarían agarrándose a alguna rama en su vertiginosa vertical hacia el suelo. (...) Aquellas caídas, como quiera, aunque detenidas en su transcurso, debían producir necesariamente un trauma. Esto determinaría algunos cambios moleculares en las células cerebrales. Dichos cambios, transmitidos a las células cerebrales engendradoras, se debieron convertir en el patrimonio común de la especie. Así, cuando cualquiera de nosotros, los hombres actuales, en estado de sueño o de duermevela sentimos caernos a través del espacio y por último nos despertamos a la conciencia normal, agotados, en el momento mismo de ir a estrellarnos contra la tierra, lo que hacemos es recordar lo que había sucedido a nuestros antepasados arborícolas: ello se ha grabado y forma parte del acervo hereditario de la especie."

Afirma que nuestros instintos son hábitos grabados en el código hereditario. Hábitos de nuestra especie en tiempos pasados. Y, volviendo a "la caída", asegura que el hecho de que no experimentemos esa sensación de la caída al vacío en la vida cotidiana, despiertos, es porque padecemos una disociación de la personalidad. O sea, que tenemos doble personalidad: la que cae mientras dormimos (y que debe haber sufrido antes esa experiencia, vía antepasados) y la que mostramos despiertos. La primera, que es la gran desconocida (y por eso la más interesante), recuerda experiencias de épocas remotas, mientras que la despierta conserva la memoria de las experiencias vividas en nuestra vida real. Ocurre que unos tenemos recuerdos de la especie más intensos y concretos que los demás. De cualquier modo, seguimos siendo rompecabezas.



"La caída de Ícaro", Jacob Peter Gowy (1636).
Fuente:
El rival interior
- "Psicopatología del Deportista"

 
Pero... ¡qué forma de "reencarnación" tan surrealista! Si bien tiene visos cientifistas, no se trata de una teoría estrictamente científica, aunque London dice que gran parte de ella proviene de explicaciones de un profesor de biología que tuvo. Pero como bien sabemos, la ciencia nunca ha sido capaz de explicarlo todo, por suerte o por desgracia. Y ya que necesitamos explicarlo todo (a mí me ocurre), esta teoría tiene su sentido, además de cierto poetismo dramático. Y digo yo: explicación lógica más belleza, ¿qué más se puede pedir? Sí, creo que se puede encontrar belleza en el dramatismo y la angustia, en la pesadilla real de la caída. Es la mejor forma que conozco de empezar a superar los miedos, buscarles lo bello.

En fin, cuento todo esto, además de porque es interesante, porque alguien me mandó el siguiente mensaje privado a mi twitter: "Sueño mucho con caerme. Mi instinto me dice que es la inminencia de la muerte".

Vamos por partes, como diría Jack el Destripador. No tengo ni idea de quién diantres me ha mandado esto. Y tampoco tengo la menor idea de por qué extraña razón todo el mundo tiende a creer que soy psicóloga o lectora-intérprete de sueños. Creo que se toman al pie de la letra eso de que un humanista es un cajón de sastre (separado, no junto). Como sea, ese mensaje me hizo pensar y no pude evitar acordarme de la explicación de Jack London en Antes de Adán. Lectura obligatoria.

Por cierto, le contesté contándole, entre otras, la teoría de London, por si la desconocía, y recomendándole la novela. Además, le dije que sí, que morirá... algún día, se caiga mucho o poco, en sueños o en la vida real. Y que, entretanto, no se obsesione con sus sueños, que confíe más en su "personalidad de despierto", que se concentre más en ella, en no caerse literal y figuradamente. Que investigue si no será que la despierta está influyendo en la dormida, provocando de alguna forma los repetidos sueños de caída. Al fin y al cabo, esos simios se caían por alguna razón: torpeza, cansancio, falta de concentración, miedo, etc.

¡Ah!... Y también le dije que, por si acaso, por nada del mundo se le ocurra subirse a los árboles. Ya no somos simios (vale, muchos sí), pero si actuamos como tales será más probable que nos caigamos y nos rompamos algo o, peor, que las bestias nos devoren, viéndonos heridos e indefensos, en el suelo.
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miércoles, 25 de noviembre de 2009

LA MEMORIA HISTÓRICA

Desenterrar
Hace algún tiempo leí una entrevista a la sobrina de Federico García Lorca. También, alguien me envió a mi cuenta de correo una carta de un hombre que pedía al juez Garzón (y a todos) que dejase las cosas como estaban, que no se desenterrase a los muertos de ningún bando, para evitar conflictos y disputas entre las dos partes, que todavía existen.

Una trata de entender las razones de los otros, trata de ponerse en su lugar. Pero sobre aquella entrevista, sobre la carta de aquel hombre y sobre aquellos, como este hombre o como la sobrina de Lorca, que creen que no se debe 'remover' el pasado porque eso podría suponer izar la bandera de la discordia, tengo mi opinión:

 
“Muerte de un Miliciano”, de Robert Capa (tomada en Cerro Muriano, en el frente
de Córdoba, el 5 de septiembre de 1936).
Fuente:
El País - "Nueva York pone el foco en la guerra civil"


Creo que por encima de cualquier cosa, de cualquier vida, de cualquier historia personal..., por encima de todo, incluso de la 'calma social', están la verdad y la justicia. Olvidarse de eso supone vivir una vida de impunidad y mentiras. Porque es mentira que en este caso desenterrar el pasado necesariamente vaya a generar división social. Lo haría si los motivos y las intenciones fueran deshonestos. No lo son. Se trata de saber la verdad, de hacer justicia a la memoria de los asesinados, que está enterrada, como sus huesos anónimos, en cunetas y barrancos de un país que sigue deambulando por ahí con una venda en los ojos, tropezando con voceros siempre malintencionados e incapaz de distinguir, de entre la maraña de mentiras que éstos les cuentan, lo que es justo de lo que no, la verdad de la mentira. Lo que genera discordia y ruido social, lo que alimenta el odio y el enfrentamiento, es difundir esas mentiras, tratar de manipularlo todo y a todos con ellas, intentar que la verdad permanezca oculta, echar más tierra sobre los muertos y su memoria, que es lo único que puede y debe permanecer de ellos. 

Si la familia de Lorca no desea desenterrar a Federico, cuyo asesinato es el símbolo de la injusticia y del horror (¡matar a un Poeta! Es como matar a un niño), y prefiere que sus restos sigan ocultos en algún lugar de un barranco entre Víznar y Alfácar, pues es respetable. Pero las familias de los dos banderilleros y del maestro, compañeros de fusilamiento y de fosa de Lorca, discrepan. También están en su derecho y han de ser respetados, sobre todo porque lo que exigen es justo.

Mi padre es de una aldea que pertenece a Viguera (La Rioja, España). Allí he pasado gran parte de mi infancia: fines de semana, veranos... Todo el mundo sabía que en Viguera había fosas comunes. Pero nadie quería hablar de ello. Mi abuelo me lo contó cuando todavía era una cría, porque él estaba convencido de que lo más importante del mundo es la verdad y la justicia. Me habló de 'los 11 de Viguera', asesinados en el túnel en el año 36 y enterrados en el pueblo, en una fosa común, sin identificar.

Pues bien, tras saber esto, la que escribe, en ocasiones exploraba el lugar jugando a encontrarles, entre la inconsciencia propia de una niña, cierto respeto-temor, la curiosidad y la necesidad de comprobar todo lo que me había contado mi abuelo. No es que no le creyera, es que quería descubrirlo por mí misma y, además, pensaba que seguro que esas personas deseaban que alguien las encontrase. Y las encontraron, hace tres años desenterraron a los 11 para que sus familias pudieran enterrarles dignamente, hacerles un poco de justicia y homenaje, llorarles y recordarles con sus nombres y apellidos. Yo lo vi. Pero no vi discordia, ni odio, porque sus familias y amigos no buscaban eso. 

Por eso creo que Federico desearía que le encontrasen y desenterrasen, para que el pueblo de sus versos y de su imaginario, que siempre será el mismo en lo esencial, pudiera, además de regalarle flores y poesías, colocarlas sobre su pecho, aunque su pecho no pueda ser ya más que tierra junto a una lápida grabada con su nombre y quizá alguno que otro de sus versos. Me gustaría poder hacer eso algún día. Es un pequeño gran deseo que llevo conmigo: regalarle flores y poesía a Federico y colocarlas sobre su pecho, aunque sea de tierra, y donde pueda leer su nombre. Porque a pesar de que yo no tengo ningún muerto que encontrar y desenterrar y aunque Federico no era de mi sangre, lo siento tan mío (e incluso más me atrevo a decir) como lo pueda sentir su familia. Y siento lo mismo por los demás Federicos aún sin nombre.


Federico García Lorca (1925)
Fuente:
La Memoria Viva
"¿Quién oculta a Lorca?"


"Hay cosas encerradas dentro de los muros que, si salieran de pronto a la calle y gritaran, llenarían el mundo".

(Federico García Lorca)